www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de agosto de 2003

 
   
 
Contramaestre: El infame recurso de la delación
En los recientes juicios contra la oposición pacífica y el periodismo independiente, los chivatientes han desempeñado un rol fundamental.
por BEATRIZ CALDERóN
 

El tema de las delaciones es viejo en la historia de Cuba: se remonta a las mañas del gobierno colonial español en el siglo XIX. Pero en los últimos cuarenta años su práctica, típica de gobiernos autoritarios, se ha visto inmensamente incrementada. Un neologismo de moda denota la importancia que tiene hoy en la Isla. La palabra es "chivatiente". "Chivatiente" une dos vocablos: "chivato", tradicional y despectiva expresión para referirse a los espías, y "combatiente", término con el que los partidarios del régimen glorifican a los que lo han defendido en los distintos frentes de batalla.

Agente Godínez
La agente Godínez, una chivatiente ejemplar.

En los recientes juicios contra la oposición pacífica y el periodismo independiente (un eufemismo: ¿qué periodista que se respete no es, o intenta ser, independiente? Los dependientes no son periodistas… son personeros, chicharrones, oportunistas de la palabra, mercenarios de la pluma y mercachifles de la información), la labor de los chivatientes ha tenido capital importancia. Ellos han sido la "prueba", manida y sobreabundante, contra los acusados.

Conviene analizar quiénes y cómo son estos chivatientes. El tema de cuántos es difícil, casi imposible de determinar. Entre los cristianos de Cuba se utiliza un versículo del Evangelio para referirse a su número y ubicuidad: "donde haya dos o tres de ustedes reunidos en mi nombre… al menos uno será de la "Seguridad" (del Estado, que suele ser inseguridad para los ciudadanos). El caso de Mireya —el nombre es supuesto— es ilustrativo. De Mireya la chivatiente.

Se trata de una señora mayor. Vive sola. No se ha casado, no se le conoce marido ni tiene hijos. Ha denunciado a todos los vecinos de su barrio, incluido su propio sobrino. Al vecino de enfrente lo acusó de "maceta" (significa rico, negociante por cuenta propia o traficante de cualquier cosa, incluso de droga). ¿Por qué? Porque estaba reparando su hogar. ¿De dónde salió el dinero? "Vaya usted a saber", dice la chivatiente. La verdad es que el vecino "salió al extranjero", su familia de Miami le dio el dinero suficiente para adecentar su casa, y cuando regresó pudo comprar el cemento a 162 pesos la bolsa, tal y como lo vende el Gobierno (traficante mayor, pero legal). Un sueldo mensual en Cuba ronda los 200 pesos.

Mireya no tiene tiempo para limpiar su casa, apenas si para cocinar. Come mal, duerme peor, está hasta altas horas de la noche vigilando a los vecinos. Le encanta que le tengan miedo, que "la respeten", porque "ella sí es verdad que no cree en nadie". Disfruta molestando a los demás. Se siente feliz "haciéndole la vida un yogurt" a los que la rodean.

Conviene dejar clara una cuestión: a Mireya no la mueve el amor a la revolución ni la defensa de la misma. A pesar de su discurso altruista, y de sus proclamados altos ideales, típicos de la jerga oficial —la patria, la revolución, el socialismo—, en realidad la mueve el odio a la humanidad. Le molesta que la gente progrese. Le mortifica que sus vecinos puedan vivir en paz. No soporta que los demás puedan ser felices. Su mente, enferma y retorcida, es capaz de interpretarlo todo en clave de maldad, conspiración y enemistad.

Mireya no es una enferma mental, es una enferma moral. Nadie la ama, y eso la hace feliz. Todos le temen, y eso alimenta su ego. Su locura es una triste forma de locura. Pero no es lo peor. Las autoridades utilizan a este tipo de personas para denunciar, para juzgar y para condenar a los pacíficos luchadores en favor de los derechos humanos. En los juicios que se han estado realizando a lo largo y ancho de la Isla, los chivatientes y sus deposiciones —en el doble sentido de la palabra— fueron "argumento mayor" para condenar a los disidentes y a los periodistas independientes. La bajeza mayor no es de estos infelices, que dan lástima, sino de las autoridades que los utilizan en su payasada legal para acallar la voz de la verdad. La de aquellos que arriesgando la vida, la libertad y a sus familias, han tenido la capacidad de defender el derecho de todos a tener derechos, y que éstos les sean respetados y reconocidos a todos los cubanos, en una patria que debiera ser de todos.

Junto con cámaras fotográficas y de video "ocupadas", junto a computadoras, grabadoras y bibliografía "criminal y delictiva" (material subversivo entre el que se cuenta la Carta Universal de los Derechos Humanos, los libros de Martin Luther King y George Orwell y las revistas Encuentro de la Cultura Cubana y Vitral), la principal acusación contra los disidentes radica en los testimonios de chivatientes como Mireya.

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