www.cubaencuentro.com Miércoles, 22 de octubre de 2003

 
   
 
La Habana: Armagedón de cada día
Los de aquí patalean, agreden, zumban y meten, dispuestos a doblar siempre sobre la voz del eco; en los de allá, el bacilo condiciona respuestas generadas por la propia agresión.
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

"Se verán horrores", dicen que anunció Jehová a propósito del Armagedón. Pero qué equivovado estaba. Para ver horrores nadie tiene que esperar a que se acabe el mundo. Basta con abrir los ojos. El panorama que nos queda al frente es nuestro Armagedón de cada día.

Desacuerdos
Armagedón. Basta con abrir los ojos.

Y si de horrores se trata, pocos como la intolerancia, la cual configura hoy una especie de código de identidad entre nosotros, los nacidos en Cuba. Lo peor es que al parecer continuaremos cargándola durante mucho tiempo, ya que en su actual reencarnación tiene salud de hierro, con cuarenticuatro eneros en el alma. La edad del fruto maduro y la cosecha.

A nadie hay que decirle a estas alturas por qué vía nos llegó y quién la trajo. Lo que sí está pidiendo a gritos un estudio por parte de los cubanólogos y de otras especies pintorescas, es el modo en que se las ha arreglado nuestro creador —padre y máximo señor— para inocularnos su bacilo, de una manera tal, que todos somos como primos de tanto que nos parecemos a la hora del denuesto, la manipulación de la verdad y la insolencia.

Cacareos aparte, la ceremonia de premiación de los Grammy Latinos ha sido, hasta ahora, la última entrega de este largo culebrón que bien podría titularse Me asustas, pero me gustas. Un nuevo capítulo, nada menos, pero tampoco más, otra confirmación del asombroso parecido entre Abeles y Caínes, hijos del Adán mordedor de las manzanas rojas. Los de aquí patalean, agreden, zumban y meten, dispuestos a doblar siempre sobre la voz del eco. En los de allá, el bacilo condiciona respuestas generadas por la propia agresión. Pero a fin de cuentas son cotiledones de un mismo azafrán, protagonistas de uno de esos patéticos dramas de amor y odio en el que todos los implicados se aborrecen mutuamente, mas no pueden vivir unos sin los otros.

Poco importa fijar fecha, sitio y hora exactos en que fue lanzada la primera piedra. En cualquier caso se conoce que el momento cumbre llegó con ese juego rabiosamente entretenido que se llama bloqueo. No hay culebrón que se respete sin un buen soporte en materia de atrezo. Y el padre y sus vástagos inventaron el suyo situando un barril sin fondo en mitad del Estrecho. Él se oculta dentro del barril. Mientras, ellos aplauden, sentencian, pronostican y se cruzan de brazos a esperar la muerte por asfixia, sin ver —porque no quieren mirar hondo— que el barril es como la ballena bíblica, enviada por la providencia a tragarse a Jonás, sólo para salvarlo en medio del naufragio.

En verdad requiere un gran esfuerzo imaginar qué tipo de ladrido van a usar, contra quién lanzarán la dentellada Abeles y Caínes cuando finalmente el almanaque —ya que nadie más— marque el capítulo final de este morrocotudo culebrón. Tal vez entonces habrá llegado para ellos la hora del harakiri. Sólo que como auténticos politiqueros de apéame uno, seguramente lo practican con el célebre cuchillo sin hoja, al que además le falta el mango.

De momento, y mientras otra cosa no sea, hasta el mismísimo Dios aparece en la fila de los espectadores, chito y aguardando. Y no es para menos. Luego de presenciar el tiroteo de los improperios entre una orilla y la otra, resulta comprensible que opte por el silencio como la forma más santa de no anegar en lágrimas su valle de gritos.

Por suerte, no está solo en el empeño. En su bando alinean cientos de miles, millones de buenos cubanos, también desde una y la otra orilla. Los de allá se rompen el lomo trabajando para que sus parientes de acá no desesperen ni perezcan en la víspera. Los de acá disienten sin deponer la compostura, ni la fe, calladamente, porque en boca cerrada no entran moscas. Un buen representante para aquellos y éstos quizás sea Juancín, bodeguero de El Cerro y filósofo de pan con timba en los cuarentitrés barrios de La Habana. Autor del dicharacho que más suena hoy por estos predios, Juancín aconseja siempre a sus clientes, por lo general mujeres desgreñadas y cariacontecidas: "Señoda, pol favol, sin peldel da telnuda".

Y es justo de lo que se trata. Aun cuando no podamos querernos tal y como somos, no nos queda más alternativa que empezar a querernos como debiéramos ser, serenamente y respetando la verdad del otro.

Aunque, señores, por favor, sin exagerar, porque entre nosotros y en confianza: doce millones de verdades son demasiadas verdades como para que todas sean verdad.

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