www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de enero de 2004

 
   
 
Barcelona: Dos alamedas
Las Ramblas y el Paseo del Prado, otra línea común entre La Habana y la Ciudad Condal.
por MANUEL PEREIRA
 

Lo primero que me fascinó de Barcelona fueron Las Ramblas. Su gran parecido con el Paseo del Prado mitigó mi destierro. Nací a cinco cuadras del Prado, así que me sentía como en mi barrio cuando por azar, al principio de mi ostracismo, me tocó vivir en un hostal frente a Las Ramblas. De eso hace mucho tiempo, y desde entonces no he hecho otra cosa que incorporar nuevos paisajes para sustituir mi paisaje original, elaborando mentalmente —casi sin saberlo— un palimpsesto compuesto por dos ciudades superpuestas, esa urbe simbiótica que he designado en secreto con un topónimo de mi invención: Habarna.

Paseo del Prado
Paseo del Prado.

Las Ramblas son el lugar más concurrido de la Ciudad Condal, como lo era El Prado en mi infancia. Al igual que La Habana, Barcelona es la ciudad peatonal por antonomasia. Paraísos de paseantes, sus dos alamedas más emblemáticas describen sendas líneas rectas, como cicatrices arboladas que van a dar a la mar. Otra analogía entre estos dos paseos es que crecieron paralelos a sus respectivas murallas. Aquí como allá, dobles filas de árboles sombrean las dos rondas. No importa que allá sean laureles y aquí falsos plátanos, ni que allá sean leones de bronce mientras que aquí ese metal se ha transmutado en fuentes, como la de Canaletas.

Las Ramblas ya pueden verse en su forma más arcaica en un plano de Barcelona publicado en 1740. La versión primitiva del Prado (cuando se llamaba Alameda de Isabel II) data de 1772. De modo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que El Prado es el trasunto de Las Ramblas. Cuando en 1928 el urbanista francés J. N. Forestier dotó al Prado de su forma actual, ya hacía mucho que se habían levantado opulentas mansiones a lo largo de Las Ramblas, como el Palacio de La Virreina, propiedad de un indiano que fue Capitán General de Chile y luego Virrey de Perú.

Para mí El Prado empieza en Neptuno, y Las Ramblas, en la Fuente de Canaletas. Según dice la leyenda, quien bebe de sus aguas siempre vuelve a Barcelona. Yo lo hice hace años, y volví para quedarme. A pocos pasos de allí, en la calle Tallers No. 1, hay otro paraje para los sedientos: el Bar Boadas, donde se beben los mejores mojitos de la Ciudad Condal. ¿Será mera casualidad que Las Ramblas empiecen justamente con un establecimiento fundado por un habanero en 1926?

Miguel Boadas Parera nació en La Habana en 1895. Hijo de emigrantes catalanes, fue el primer barman del Floridita, todo lo cual confirma la solidez de mis intuiciones acerca de la profunda simpatía existente entre estas dos ciudades. Tampoco se nos escapa el misterio de que Boadas haya nacido nada menos que en la calle Empedrado, y en una taberna propiedad de sus padres, o sea, en lo que después sería el contexto mágico de la Bodeguita del Medio, que es la Cuna del Mojito. Es como si a raíz del ciclón del 26 —en una suerte de transmigración— un fragmento de la mítica calle Empedrado se hubiera trasplantado a la cabecera de Las Ramblas.

La Rambla
Las Ramblas.

Así que la mejor manera de empezar nuestro paseo es bebiendo, ya sea ese mojito de la metempsicosis o el agua de la fuente que nos hace regresar. A medida que bajamos por la Rambla de Canaletas —que es la primera— pasamos por diversos ambientes: la Rambla de las Flores (donde están las floristas), la Rambla de los Pajaritos (donde venden pájaros), la Rambla de los Capuchinos (por el antiguo convento de frailes) y así hasta llegar al tramo final llamado Rambla de Santa Mónica, donde se levanta el monumento a Colón.

Durante todo el recorrido vamos inmersos en un bullicioso río humano. De hecho, Las Ramblas están construidas encima de un torrente, y por eso me gusta bajarlas en dirección al mar, igual que hacía en El Prado, porque —como decía Jorge Manrique—: "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…".

Y así voy bajando, pisando sin querer un gran mosaico de Miró, transcurriendo entre  hermosas fachadas a ambos lados, quioscos de periódicos, cafés al aire libre, payasos, pintores, músicos y vendedores ambulantes, bromistas disfrazados de gorilas, bailarines, gitanas cartománticas y quirománticas, trileros, estatuas vivientes o mimos de yeso…

Uno de mis placeres más intensos consiste en pasearme por Las Ramblas creyendo que lo hago por El Prado. Por ejemplo, cuando piso el mosaico de Miró no sé si estoy pisando las bayas de los laureles del Prado, como cuando era niño y disfrutaba tanto oyéndolas crujir bajo mis suelas: crack, crack… cuando veo la Fuente de Canaletas me parece estar viendo un león rugiente, cada vez que paso por las puertas encristaladas del Hotel Oriente creo entrever, en un relámpago, el Hotel Sevilla; si paso por un cine, me acuerdo del Fausto, si me detengo en una perfumería, no puedo dejar de evocar la Casa Guerlain que estaba en Prado entre Colón y Refugio… Y así voy bajando hasta la Columna de Colón, entreverando vislumbres con recuerdos. Pero Las Ramblas son muy largas y esta columna, muy corta. Así que lo que queda por contar será en mi próximo palimpsesto.

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