www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de enero de 2004

 
  Parte 1/3
 
Nashville: Más conversaciones con mi tía Tita
por WILLIAM LUIS
 

Querida Titonga:

A veces me pregunto: ¿Qué habría sido de nuestra familia, y por ende, de nuestras vidas, si mi madre no hubiera emigrado a Estados Unidos unos años después de que concluyera la Segunda Guerra Mundial? En la Cuba de aquel pasado, y al igual que otros cubanos, habríamos presenciado las ineptitudes de los gobiernos de Grau y de Prío, el golpe y dictadura de Batista y el triunfo del Movimiento 26 de Julio, que después se transformaría en el fidelismo que todos conocemos.

Bandera

Esta última etapa de la política cubana la conocimos, en cierta medida, cuando mi madre regresó con sus hijos a su querida isla antes de que los barbudos celebrarán los primeros seis meses del nuevo gobierno, donde permanecí por un período de dos años para después retornar a mi país natal. Si hubiéramos nacido en Cuba, tal vez aún estaríamos viviendo allá. Pero es más probable que hubiéramos abandonado la Isla y nos encontráramos residiendo en el exilio como los demás.

Los jóvenes que luego serían mis padres se conocieron en La Habana, en el velorio de una amiga de edad avanzada que acababa de fallecer. En aquella época el joven chino trabajaba con su hermano mayor en una frutería que tenían en la calle Zanja y de vez en cuando obsequiaba a la bella mulata con una cesta de frutas. Él estaba en trámites de venir a Estados Unidos y necesitaba a una persona letrada que lo ayudara a mecanografiar los papeles de estudiante; te imaginas que era literalmente un cuento chino, porque mi madre se lo creyó y así llegaron a enamorarse.

Después de emigrar, el joven chino, que se encontraba estudiando la carrera técnica de radio y televisión, le pidió a la linda mulata que abandonara su país de origen para que se casaran en el extranjero. Así fue que mi madrina Aralia acompañó a su hermana para que contrajera nupcias con el chino cubano en Nueva York.

Mi madre aceptó el noviazgo con mi padre, puesto que unos años antes de que se conocieran se había peleado con Alejandrito Borroto, el hombre de su vida. A pesar de los lapsos del tiempo, nunca lo olvidó. Recuerdo décadas después de que yo ingresara en la universidad, ella todavía mencionaba el nombre de Alejandrito, con indiscutible aprecio y cariño. En los cuatro o cinco retornos a Cuba, en la segunda mitad de la década de los setenta y la primera de la de los ochenta, él siempre figuraba en su itinerario, a pesar de que éste conservaba su matrimonio. Supongo que era uno de esos amores entrañables de jóvenes que jamás se olvidan y crecen con los años más en la memoria que en lo que podría haber sido en la realidad.

No creo que sea pura coincidencia que mi hermano mayor, Alexander, llevara el nombre de pila de su afectuoso novio y el segundo nombre del hombre que fue su padre, algo que mi hermano sólo pudo perdonar a mi madre unos años antes de que ella falleciera. Si esa relación se hubiera cementado, nuestro destino, y el tuyo, Titonga, también habría sido otro. Mi hermano y yo hubiéramos nacido en Cuba y tú tampoco hubieras venido a vivir a Estados Unidos.

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