Casi termina octubre y todavía los medios de prensa cubanos mantienen la cobertura sobre las secuelas del devastador huracán Iván en el extremo occidental cubano. Sólo la recuperación pudo robar espacio al montaje armado en torno a la crisis energética que sufre el país, a pesar de la drástica reducción de los apagones que al menos en el sector residencial se experimenta ahora y las especulaciones en torno a la destitución de Marcos Portal.

Estragos del huracán Charley: ¿remiendos o soluciones duraderas?

De uno de esos camiones encargados de devolver a sus hogares a los damnificados por Iván ha descendido otra vez Yolanda. Esta mujer vio arrasada parte de su vivienda cuando en 1998 las fuertes lluvias le desprendieron dos paredes traseras y todo el techo de su cocina comedor.

A mediados de ese año y hasta finales del siguiente, su figura fue punto de referencia constante en la sede del gobierno municipal de su pueblo. Cada mañana se presentaba lo más temprano posible para cazar al primer funcionario de rango local, provincial o nacional que se acercara por allí. Quien viniera de cualquier instancia superior debía llevarse la queja del abandono en que estaba.

Su periplo por el interior de las oficinas municipales había cubierto el camino entre la Dirección de la Vivienda y la exclusividad de una entrevista con el presidente del Poder Popular.

Después de muchas idas y regresos con cartas de consuelo y recomendación, optó por pagar, a un costo que supera con creces sus ingresos, cuatro fotos de los estragos que el viento y la lluvia hicieron en su casa: paredes, techo, vigas de madera, puertas, ventanas y un largo etcétera. Preparó nuevas cartas, las envió a varios lugares, incluyendo las secciones de correspondencia de todos los periódicos que circulan en el país —no muchos, la verdad— y se sentó a esperar.

Fue así que una mañana, y por intervención de la divina providencia, según comenta ella, una pequeña brigada de la Empresa de Mantenimiento Constructivo —encargada de reparaciones, remiendos y todo tipo de parches en inmuebles a punto de venirse abajo— se ocupó de arreglarle su casa: nuevas paredes de ladrillo, doscientas minitejas criollas de asbesto cemento y celosías prefabricadas para tapiar las ventanas.

Yolanda creyó que aquello era asunto resuelto. Pero no. Por obra y gracia de estas nuevas hornadas de constructores cubanos, la casa ahora se moja casi más que antes. Las ventanas de celosías apenas logran detener alguna débil racha de viento y el agua entra a chorros por ella, además de todo tipo de bichos diurnos y nocturnos. Las minúsculas tejas fueron puestas de tal forma que adentro llueve como afuera. De modo que nuevamente lo que se pensó era la solución, terminó convirtiéndose en la otra pesadilla de un problema mayor.

Al final de esta ya larga marcha de casi cinco años, Yolanda ha vuelto a bombardear con sus cartas a los órganos de prensa y oficinas estatales. Continúa presentándose en cuanta aparición pública han hecho dirigentes de alto nivel.

Hace dos meses la visitó un funcionario de la Dirección Provincial de la Vivienda. Recorrió la casa e hizo una relatoría de las dificultades de la reparación. Para sorpresa de Yolanda, el hombre ya traía una respuesta: "Negativo, compañera, usted debe continuar esperando sólo un poco más porque lo que se ha dictaminado es que la entrega de materiales para las reparaciones se haga en orden ascendente, o sea, primero las afectaciones más recientes y luego las otras como la suya, que es de 1998".

Atónita, desconcertada y sola. Así sobrevive Yolanda los peores días de una vida que es un resumen de tristezas y pretéritas esperanzas. Pero no va a dejar de luchar. Aquí lo deja dicho: a pesar de tantas promesas infames, lo último que hará en el mundo será cruzarse de brazos.

Ha comenzado a redactar un nuevo lote de largas cartas.