www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
  Parte 3/3
 
Las recompensas de la fe
Monseñor Agustín Román reflexiona sobre el exilio y su misión pastoral en ocasión del Día de la Patrona de Cuba.
por IVETTE LEYVA MARTíNEZ, Miami
 

¿Qué influencia ha tenido la Ermita en la propagación del culto a la Patrona de Cuba?

En los años sesenta, el exilio cubano era muy pobre, casi todos trabajaban en factorías, ganaban para el pan de la semana y venían con la esperanza de un regreso inmediato. Cuando se empezó a construir la Ermita, la gente donaba la primera hora de trabajo, después se hizo la cofradía de la Virgen de la Caridad (hoy con 54.000 miembros de varios países). Después traían todos los centavos, y así se pudo completar la parte principal en 1973. La devoción a la Virgen es muy fuerte en todas las partes de la Isla, pero la devoción a la Virgen de la Caridad ya no es sólo entre cubanos. Acá no tenemos nunca una misa sólo de cubanos. Creo que la Ermita fue un instrumento importante, porque fue un lugar donde empezó el culto. El pueblo latinoamericano es un pueblo muy mariano, no importa la devoción que sea. La Virgen de la Caridad se ha ido convirtiendo, sin ser declarada, en patrona de inmigrantes, de exiliados, ellos han visto siempre a la Virgen como la advocación propia de un exiliado, de un desterrado. Este es un lugar lleno de inmigrantes, y ellos la convirtieron desde el principio en algo suyo.

Usted nació en San Antonio de los Baños y pasó varios años allí, ¿qué influencia tuvo ese período en su vocación religiosa?

Provengo de una familia de campesinos y pasé todos mis primeros años en el campo. Era una familia católica, no practicante por la lejanía tan grande de la parroquia. Me llevaban a las grandes fiestas cuando era chico, pero ya de grande yo fui a la parroquia por mí mismo. Me uní al grupo de juventud católica, que era la Acción Católica Cubana en aquel momento, y fue para mí la mejor enseñanza. Nunca fui a escuela privada, nunca estuve en escuela religiosa, siempre fui a escuela pública y así fue como conocí mi religión, mi fe: eso me formó. A los 16 años sentí la vocación. Ya comulgaba todos los días, hacía mi apostolado como un joven cualquiera que vive una vida sana, porque teníamos un grupo de jóvenes muy bueno. Hoy considero y agradezco a todos los compañeros; éramos un grupo muy privilegiado y grande. De allí, de la parroquia de San Antonio de los Baños, salimos seis sacerdotes: dos obispos y cuatro sacerdotes.

¿Cómo ha cambiado su vida desde el retiro?

Desde hace 24 años he atendido el obispado y el ministerio. He vivido siempre la vida de un sacerdote. Lo que ha cambiado ha sido en el ámbito administrativo. La rutina es igual, lo único que no hay mítines, no hay viajes, no tengo que ir a una oficina, pero fuera de eso yo sigo la vida igual, sigo trabajando a la par de otros sacerdotes.

Dentro de la difícil experiencia del exilio, ¿qué ha sido lo más gratificante para usted?

Para mí cada día de la vida sacerdotal, tanto en Cuba, en Chile, o aquí, ha sido realmente gratificante. Lo rico de Miami es que sin haber yo visitado tantos países —porque no he visitado muchos— me parece que vivo en Colombia, Brasil, Paraguay, Nicaragua, Honduras, porque sus pueblos están por aquí y vienen al santuario. Es el mismo pueblo, un pueblo creyente, que sufre, y lo gratificante es compartir con la gente —de la mañana a la noche— sus vidas, sus sufrimientos y sus alegrías.

1. Inicio
2. ¿Después hubo...?
3. ¿Qué influencia...?
   
 
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