www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
Parte 2/3
 
Carta a Armando Menocal
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Así las cosas, ya irá midiendo cómo voy de apreciativo en lo dórico y pictórico, aunque, le repito, no sé explicar mucho el género. Tampoco creo que resulte necesario. Hay gente que va a las exposiciones y agarran al pobre pintor y lo machacan con la consabida pregunta de: "Está muy bonito todo, genial, pero ¿qué quiso usted decir con este cuadro?". Señoressssssssss, el arte no se explica. Es igual que cuando te detienen las autoridades, que jamás te dicen por qué rayos estás allí en ese calabozo, levemente incómodo. Es así y ya, hay que acabar de admitirlo. Míreme a mí con Da Vinci, para ponerle un ejemplo. La gente se mata por ver La Gioconda o Monalisa, esa temba con obesidad y batilongo. Cuando intenté verla en París, en el Museo de La Ubre, tenía delante tantos japoneses que por un momento pensé estar en Nagasaki. Para mí que aguardaban pacientes a que la vieja del cuadro sacara una katana y se hiciera el harakiri allí mismo empapándolos de óleo. Esa es una mujer por la que yo jamás giraría la cabeza en una playa para darle una evaluación. Uno, porque me parece bastante gruesa y mayorcita. Y la otra, porque no me gustan las mujeres que te miran con esa risita socarrona, que tú no sabes si el almuerzo que te preparó está envenenado o que tu suegra dormirá en tu cama esa noche, porque está a punto de llegar sin avisar. No señor, no me gusta. Ahora, ya cuando me entero que si el cuadro fuera de mi propiedad, y logro vendérselo a cualquier turista, voy a poder comer en el restaurante chino de la esquina de por vida, ya lo empiezo a valorar con otros ojos, aunque tenga delante a todos los extras de una película de Kurosawa. ¿Ve cómo funcionó?

Le digo todo esto sin que se ofrenda mucho, aunque no llegó usted a ser un mártir, ni a martirizar, que es en eso donde se utiliza lo ofrendario y se convierte el día en una majomía y una ofrendación tremendas. Pero como le dio por pintar a algunos que sí ofrendaron su calidad de vida, pues ahí cuelo yo la puyita. Y tengo este atrevimiento contando de antemano con su benevolencia, en el retrato interior que he hecho de usted a partir del exterior que hizo alguien, más parecido a una primera mano de lechada con ocho cincuenta o acetato —que también se le echaba al preparado— y donde le describen así: "Era además notable poeta, y poseía extensa cultura literaria, lo que unido a su carácter jovial, a su conversación chispeante, a su gran simpatía y a su caballerosidad intachable, le granjeaban el afecto y la estimación". Me estremezco todo, porque tal parece que me están pintando a mí, con ligeras diferencias, que lo suyo cerró capítulo en septiembre de 1942, y lo mío arrancó más tarde. Pero no sé si almas gemelas al fin y al cabo Pepe, yo me granjeaba de igual modo las simpatías, y hasta alguna que otra cardiopatía, que patías tengo. Aunque, le confieso así como revolviendo la lechada que en ocasiones, chispeante de "Chispa e'tren", de tanto granjearme cosas casi me granjean a mí. Y el efecto del afecto hubiera dado con mis huesos blancoespaña en una granja. Y le aseguro que no precisamente de pollos. Se lo firmo y afirmo con sangre numerosa, y con estas palabras que dijo uno por ahí, y que no sé cómo me han llegado a la silla turca: "Nunca un ahogado ha tenido que ejercer su orificio en tan difíciles condiciones; nunca contra un acosado se había cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades". Demás está decirle, pareciendo tal vez una contradicción del diafragma, que en mi caso esas irregularidades fueron excelentes. No vea la de coces que me dieron por el cúmulo.

Usted pintó guajiros, pero de los de antes, de los que se ven tranquilos entre los bejucos, sin el sobresalto de mirar para los lados vigilando el fatídico camión de Acopio, o escrutando el cielo, no para ver si lloverá, sino con la angustia que provoca que aterrice en paracaídas un dirigente de la ANAP a jorobarles la vida esa mañana de feliz cosecha. Campesinos al fin, sabios y recelosos, que no tienen que disfrazar al puerquito de pariente lejano o deiguana boba detrás de la talanquera, dueños de su cosecho sin cohecho; hombres de monte, antes de que alguien viniera a trocarles el latifundio por el infundio. Retrató a media Habana aprovechando seguramente la carencia de líquido de revelado en los laboratorios, y hasta le alcanzó el tiempo, campestre y campechano, para hacer dibujitos de los variados instrumentos agrícolas: guatacas, tibores, tinajas, espuelas, hamacas, varaentierras, sacos de palmiche, machetes, mochas de desmoche, polainas, arados, yuntas, bueyes que vi en mi niñez echando vaho un día, jarritos para el café, mangas para colarlo, herraduras, anafes, taburetes, carretas y carretones, mulos en el abismo y niños sin lombrices. Todo el mundo bucólico que ha dejado de usar lo bucal. Y no se detuvo ahí, sino que plasmó la historia con su plasma y su visión chispeante. Mire usted lo de la muerte del General Antonio, donde reconstruyó tan amargo momento para nuestra historia. Yo veo ese cuadro y me erizo, porque tal parece que Maceo está acabadito de hacer puchulún, como Genaro con la mula, y que no hace ni diez minutos lo han apeado del caballo blanco. Pero me obliga a pensar, porque, en la reconstrucción de los hechos, pone como a ocho mambises a cargar con el Titán, que era grande, fuerte y con más de 130 costurones de toda laya. Y las expresiones de quienes intentan llevarlo en andas son como de campeonato de halterofilia. Se les nota halteradísimos, halterofílicos y consternados, sobrellevando ese gran peso, para que luego lo hayan puesto a usted en el billete de cinco, moneda nacional en peligrosa extinción, cuando lo suyo era otro tonelaje. Ahí lo puede ver cualquiera que tenga más de cinco retratos verdosos suyos, en la Sala de Banderas del Palacio de los Capitanes Generales.

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