www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
Parte 3/3
 
Carta a Armando Menocal
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

También clavó una pica en Flandes —que no sé por qué rayos se dice, si la cosa fue en La Habana o en otro lado—, atrapando al inquieto apóstol y haciéndole un retrato de campeonato. Le agarró tan bien lo físico que ahora sabemos que todos los demás están equivocados. Y le atrapó el espíritu de tal modo, que el José estuvo meses intentando que se lo devolviera, vagando por Nueva York. Hasta la madre, doña Leonor, dijo que lo había dejado usted igualito igualito. Pero no hay que fiarse mucho de ese testimonio pasional; las madres siempre ven a sus hijos con otros ojos, y les parecen siempre igualitos igualitos, lo que no dicen jamás es igualitos a qué. No sé cómo lo hizo, ni cómo accedió el José a matricular de busto con mucho busto. Pero ahí está el festimonio: el apóstol con cuello de presbítero, que se le distingue a pesar de que el bigote lo inclina casi hacia delante, su frente despejada de toda duda, y su mirada. El José clavadito, cará. Tal como era: un hombre inquieto con muchas entradas y pocas salidas, y un aire entre meditabundo y a punto de desembarcar por Playitas. Me da el pálpito de que mentalmente estaba dando una trova tabaquera y a la vez, planeando el asalto al Moncada.

No conforme con esos brochazos históricos, embarcó a Colón con Bobadillas, y le metió mano al Aula Magna de la Universidad, cuando terminaron de construirla, en octubre de 1911. Allí se expandió usted, explayándose con frescos alusivos a la Medicina, las Ciencias, las Bellas Artes, el Pensamiento (que no era un pensamiento único), las Artes Liberales, las Letras y el Derecho. Ha de ser el único lugar donde queda algún derecho para los cubanos. En un fresco. Si hubiera esperado por los muchachones de la FEU de hoy día no le habrían alcanzado las paredes para la cantidad de frescos que habría que abrochar con la brocha. Y luego, estudiante primero, fue profesor de la Escuela Superior de "San Alejandro".

Un amigo que pasó por allí cuando ya no estaba usted, y que se fue alejandro de la escuela y del país, me develó, con mucho busto, su secreto pictográfico, la receta exacta de sus "preparados" para la base de su obra. Es sencilla: mucho Blanco y de España —que parece que de otro lugar no sirve—, algo de cola, un tin a la maraña de linaza y ¡claras de huevo! Con lo de la cola no habría tenido problema en estos tiempos, pero mire usted que hay un componente que es fatal si se lo aplico a mis lechadas. Una vez utilicé almidón en vez de cola, y cuando las paredes se arrugaban un poco, se le daba una pasadita de plancha y listo. Imagine por un momento, si a los inventos de mi amigo el de Santiago le hubiera yo agregado clara de huevos. Los vecinos me habrían comido las paredes de arriba abajo, y mi desamparo tendría más currículum.

Que si el pueblo se entera que debajo del cadáver del Titán de Bronce hay huevo, van a merendarse, empanizado, aquel caballo blanco que tan bonito le quedó a usted en su cuadro.

Lejos del caballete,
Ramonete

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