www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 2/3
 
Carta a Carlos Marx
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Y como se casó con Jenny de Westfalia, le decían El Moro y la gente le miraba raro, como se mira a alguien que no será jamás un hombre de provecho, y menos un hombre adocenado, pues no le quedó más remedio que hacerse pensador, que es el primer escalón para convertirse en filósofo. Usualmente la gente así comienza por ponerse a pensar por qué los demás le ven como un bicho raro, y se termina odiando a Feuerbach. Mire mi caso, por ejemplo, a mí que me costaba un trabajo tremendo pronunciar ese apellido, y llegó un momento en que le cogí tirria a ese señor, gratiñán, sin haberle llegado a la cebolla, y menos al queso de cabra. Comencé a estudiar sus escritos desde mi más tierna infamia. Así descubrí sus obritas, y comprendí, dolorosamente, que mi madre tenía razón cuando hablaba de lo peligroso que eran las junteras, porque ya con Federico Engels comenzó usted a escribir cosas más atrevidas, y entre tarro y tarro —que así se llamaban los rifles de láguer en su época— se le enredaba el ídem, y empezó a subvertir el futuro orden mundial, y a darle argumentos a los inútiles, todo muy bonito y científico, y nadie se acuerda que la mayor parte de esas novelas fueron inventadas casi en pedo tarrero, aunque no dejan de tener su interés.

La historia comenzada en Tréveris cundió como la verdolaga. Ha de ser por eso que mi vieja decía aquello de: "Dime con quién Tréveris y te diré quién éveris". Esto lo he comprendido muchos años más tarde, cuando, siguiendo su ejemplo, tampoco me adocené, para desgracia de mis fracturas de luz y agua, mi plato y mi caballo, mi alforja y mi bolsa nada bona en Barcelona. Y claro, que como acá en las Españas la contraseña de "bajarse al moro", es viajar a tierra moravia, que se llama Ceuta o Melilla, a buscar un cargamento de hachís o atchís, y regresar de lo más estupefaciente, comprendí lo drogado que todos estábamos cuando nos bajábamos al moro en la Isla, es decir, cuando nos estupefacíamos estupefactos tragándonos todos sus delirios, leyendo sus recetas, analizando sus análisis de orilla. Nos lo fumamos todo, desde sus críticas a la filosofía alemana, hasta lo posterior, cuando no agarró el Winchester y se piró a Manchester a aporrear la Rémington fabricada en Washington. Cuando uno no es precisamente un alemán de Tréveris, a lo más inglés que se llega es a Hialeah, casi sin fuerzas de producción, con una plusvalía que le va colgando del ombligo, y una ideología bastante aporreada. Y estoy hablando de mi proletaria isla problemática. Usted escribió, a propósito de la revolución comunista mundial, aquello tan lindo de: "Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas". Qué cosa más certera, mire usted. Será por eso que, cuando logran escapar de la factoría insular, comienzan a comprárselas de nuevo: finitas de plata, de oro de 8, 14 y 21 kilates, y hasta cadenonas gruesas y doradas que les jeringan un poco la cervical, pero les pone una cara muy contenta en el rostro.

Lo peorcito de todo lo suyo es que lo proletario se puso de moda, y lo contrario olía a fufú de plátano herniado. Reconocer en un currículum que se había nacido por césarea no évora, entre sedas y crepeses, y que infeliz y fetal, a uno le limpiaban la moquera "con pañuelos de holán fino", con culeros de lino un poco borges, y se papiaba calostro extraído de los viñedos tetales de Guinea o Galicia, era ponerse un cuño maldito en la frente. Un tatuaje de explotador. Cuando, en mi paisaje, llegó a mandar un muchacho bastante alterado neuronalmente, que dijo haber leído todo de y sobre usted, la gente como que proletarizó su prole, imitando a otro calvito forrado de astracán. No imagina la que se desató. Daba un chick que no vea aquello de haber nacido en el seno de una familia obrera, y mientras más pan con timba se hubiera comido en la infancia, más méritos se tenía. Como si endulzarse la vida con azúcar candy significara estar contratado en Langley, Virginia. Fue un estropicio. Los incapaces incautaron los medios de producción y se produjo solamente la debacle. Una desconflautación donde precisamente se prohibió hacer debacles públicos o privados, y uno se plusvaliaba cantidad debacliéndose en la desesperanza. Los "proletarios de todos los países uníos" le cayeron en masa al edificio Focsa, al reparto Siboney y a otras zonas muy jais, y por mucha grasa ideológica que agregaron al piñón, no se movió una puñetera tuerca. Lindísimos los primeros de mayo con la claque obrera desfilando, pero nadie fabricaba un cartucho, una arandela, un vaso de batidora para batirnos con mango y no con pólvora mojada. La cagástrofe. Y al frente de todo, aquel muchacho alegre e hirsuto que fabricaba palabras de todas las tallas, pero que confunde un destornillador con un destupidor de baño, y que en nombre suyito de usted, hizo el marx constantemente, a toda hora, sin importarle si plusvalía la pena. Se disparó ese bloque que escribiera usted en 18…, El capital, y se convirtió en capital araña, haciendo pulpa el capital.Y el interior.

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