www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 3/3
 
Carta a Carlos Marx
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Sucedía algo muy curioso con todas sus enseñanzas: mientras más me empapaba yo de su doctrina, menos entendía mis alrededores. Más que empapado, terminaba yo empercudido, casi ahogado, flotando en el agua materialista. Su amigo Engels pronunció estas enigmáticas palabras en su despedida —la de usted, Federico se despidió más tarde— en su tumba del cementerio de Highgate, en Londres (londre descansa usted): "El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de economistas burgueses como la de los críticos socialistas, habían vagado en tinieblas". Qué claro está todo ahora. Ya comprendo que en mi país desapareció la plusvalía, si no, cómo se explican aquellos profundos, largos, inexplicables e inexplicados apagones que oscurecieron la flor de mi vida. Esa era la oscuridad que me envolvía: no entendí ni jota nunca. Y, sin ser economista burgués ni crítico socialista, estuve en las tinieblas sin ser vago. Viagaba en el último vagón de un tren fantasma. Lo de recorrer Europa espectracularmente se me ocurrió después.

Por eso le pregunto, porque tengo estas dudas clavadas como dardos en el fondo de mi garganta:

- ¿Tarzán era proletario?

-Y Sandokán, ¿era dueño de los medios de producción?

- El caso de Robin Hood ¿puede tomarse como una especie de revuelta obrera?

Saber todo eso me urge, mire que si no, me quedo más huérfano. Se me desmoronarían mis héroes, los ídolos que encendieron pequeñas hogueritas en mi pubertad pudibunda. Se me desmerengaría ese campo. Y hablando de campos, en la mencionada despedida de su yunta Federico, también soltó esto: "Pero no hubo un solo campo que Marx no sometiese a investigación". Puedo citarle campos y campitos nada científicos en mi isla, en que su discípulo tropical metió mano y prendió, no sé si investigando, pero con una alegría tremenda para que la retorta del experimento explotara.

Uno de los lemas más carraspeados por el partido al que armó usted con ese Manifiesto, manifiesta: "Donde nace un comunista, mueren las dificultades". Los que en mi país se hicieron, de pronto, como que eran, cumplieron a rajatabla con el enunciado, aunque de un modo directo, simple, nada secreto y hasta un poco infantil. Las dificultades eran muchas cuando se treparon al podio, y solían ser del tipo "práctico-cómodo", como que la gente comía, los teléfonos funcionaban, el humanaje estaba para lo suyo, las personas y similares se divertían, existían muchísimos periódicos y revistas, se viajaba libremente deaquípallá y deallápacá, los canales de televisión y las emisoras de radio pertenecían a individuos o firmas, el transporte pasaba, o no pasaba nada con el transporte y un largo etcétera, etcétera y etc., por lo que se entregaron a la tarea de acabar de cuajo con todas esas dificultades, convirtiéndolas en una sola, o, creando al extirparlas, otras nuevas, para así volverlas a hacer morir. Claro que también, en ocasiones numerosas pero callanditas, las dificultades solían tener nombre, apellidos, mamá y papá, hijos, suegra, dirección y santoral al dorso. No vea cómo murieron esas dificultades al paso invencible de la masa enrojecida. Claro que no murieron solas y que hubo que ayudarlas su poquito en el dulce fenecer. Quizá pensaron que, al nacer más comunistas y haberse muerto la mayoría de las dificultades que hacían la vida más potable, pues lo que se usaba y funcionaba mejor era convertirlas a todas en una sola, gran dificultad. Y eso como que es un logro indiscutible de esos muchachones tan marxianos. Fue cuando el pueblo se adueñó de los miedos de producción, y las gallinas pararon el trapiche.

Ya no hay pensadores como usted, que se sentaba con el socito a inventar y descubrir reglas de por qué el mundo era como era, venga tarro y más tarro de dorado licor, mientras a su alrededor le goteaban los hijos como moscas. La gente se lo piensa dos veces y no es por la ausencia de lagartos en nuestra mesa. Ahora cualquiera con un overol y un casco, pretende cascarnos en nombre de ese proletariado mundial que marcha indetenible hacia el futuro, pero que nada resuelve en el presente. Ya lo sentenció Federico en la neblina de Londres cuando dejó usted de ser un emigrado: "El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días". Era 1883, qué dolor. Ese de mi isla del que le he hablado con tanto cariño, y que le menciona siempre en su onda marxilofacial, no puede calificarse precisamente como un hombre de pensamiento profundo. Es, en realidad, un prensador, que tal vez por ahí le viene lo de obrerito. A usted le bautizaron como "El Prometeo de Tréveris", el nuestro también pudiera llevar ese apodo, aunque no es germano de nadie. Prometeo y prometeo y jamás lo cumpleo. No descubrió el fuego, pero hay que ver cómo le gusta la candela.

Sin fuerzas para la producción
Ramón

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