www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
Parte 3/3
 
Carta a José Antonio Saco (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pero hay que tener cuidado a quién uno se anexa, por aquello del árbol torcido y te diré quién eres. Quien a buen árbol se arrima, jamás su tronco endereza. Si se nos ocurriera anexarnos, por ejemplo, a Dominicana, duraríamos lo que un merengue a la puerta de un colega, y en vez de Anaisdys, Lucimisoides y otros engendros, los cubanos se llamarían Winston, Napoleón, Henderson, Bismarck, Washington, Wagner y otros nombretes llamativos para bailar el baile de la chiva. Suerte que tenemos de no poder hacerlo, pues, cómo íbamos a bailar el baile de la chiva si uno que sigue anexionándonos a su persona no ha dejado ni dónde amarrarla. Ya para anexionarnos a otro país andino somos muy anodinos, y nos sobra alegría para tocar el huayno. El carnavalito perdería su solemnidad y su descoque. Huayno con tres no liga, y zampoña con ponzoña, menos.

Por ir contra la esclavitud, que tenía como primer defecto y peligro oscurecer demasiado la isleta, y crear overbúking en el altar de Ifá, fue usted tildado de racista, cuando lo que intentaba introducir era un cuentapropismo modernísimo, y evitar así los mismos albures de los desalbores que le hicieron oponerse al anexionismo: usted invita a mucha gente a su casa y termina botando la basura, durmiendo con el perro en el patio y haciendo caca en un baño público. Yo lo entiendo porque viví la parte casi uzbeka de Cubita, y también he estado en algunos carnavales santiagueros. Usted quería proteger a toda costa la esencia de eso que ya iba apareciendo en el paisaje, y que luego otros llamarían nacionalidad, que no podía ser absorbida por las zetas, los místeres, y los gmolongo bilongos, sino conservar cierto casabe mental, que era lo propio.

Refuerza mi teoría de que dentro del territorio insular es imposible pensar con claridad —si se logra pensar, se hace con caridad, y es mal mirado quien cobre— su estancia en Filadelfia desde 1824 al 26. Allí, con el padre Varela, fue armando el caparazón pensamental que luego le haría la existencia un yogurt en nuestro terruño. En esos años entró y salió con más frecuencia que Los Papines, y hasta le dio tiempo a dirigir una de las revistas más importantes que los cubiches no debemos olvidar si algún día pretendemos destorcer nuestra pensalia: Bimestre Cubana. Todas las ronchas que fue levantando le valieron un destierro, pero no pa´fuera, como cualquiera pudiera pensar, sino en la graciosa villa de Trinidad. Pero esa orden cayó en saco roto. Como todo cubano de pensamiento alígero y gaseoso sacó sus cuentas, se dijo que tres por ocho: chicharrón sin manteca, y, entre provincianarse desoladamente pasándose un burujón de años en ese raro servicio social, insertado en la chirimoya campestre, y viendo la silueta rústica de la Torre Iznaga, y salir a la mar océana, a la intemperie de los peligros nostálgicos, levantó un solemne dedo a los gobernantes, se dijo en voz baja que había que remar por falta de truchas y fue a dar con su saco en París, que todavía no tenía Torre Eiffel, pero eso se corregiría con los años.

Veo ahora que me he extendido. Encontrar a un coterráneo, que es además coleguita, y que coincide conmigo en casi todo, me alegra y me dispara el picorro. La única coincidencia que no me gusta es eso de morirse en Barcelona, como hizo usted, el 26 de septiembre de 1879. Pero si no hay más remedio, repetiré y pondré camarones, y así seremos dos los bayameses en esta catalanidad calamitosa.

Prometo continuar esta charlita sabrosona la próxima semana, si se me queda quieto ahí, sin mandar el saco a la tintorería, que dos almas gemelas como las nuestras tienen que chapotear a lo cortico, y con largura. Prepare la leva que iré directo a su obra y pensamiento, y hacia un detalle anti anexionista que se anexionó al gozoso cuerpo.

Hasta entonces le dejo colgado, para que no se le arrugue el apellido.

Sin almidón

Ramón

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