www.cubaencuentro.com Lunes, 10 de mayo de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta a Carlos Baliño (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Guanajayista, agitado y agitador Carlos Baliño López:

Le puede parecer mentira, pero, a pesar de la espesa humareda que me cubre y protege en mi estudio, he visto su cara en una foto, y le he reconocido. ¿Cómo iba a olvidar su rostro, tan familiar para mí, tan humeante, tan lleno de volutas voluptuosas? Es que yo tengo un defecto, además de ser amigo de mis amigos, honesto, laborioso, tierno, inteligente y buena persona: cuando veo a un tabaquero, ya no se me despinta. Fíjese que una vez reconocí con nombre, apellidos y direcciones hasta a los que rodeaban a Elpidio Valdés en una de sus películas de dibujos animados. Es algo entre pulmonar y nicotínico. Un trauma de pura cepa, con sus capas y recapas. O tal vez será que perdí la chaveta.

Carlos Baliño

Lo cierto es que desde niño le vi como quise verle a usted y a otros ya de mayor: colgado. Estaba en la pared, en un cuadro, y eso influyó mucho en la extraña opinión que tuve sobre los políticos, los dirigentes, los guías espirituales y espirituosos, sobre líderes y adláteres, tribunos y jefes de tribu. Cada vez que me decían que alguien era un cuadro, yo le imaginaba pintado en la pared, sin poder real de decisión, puro ornamento, cornamenta ornamental, de esos que, en cubano simple y rastrero, se suelen denominar como "cucharitas", porque ni pinchan ni cortan. Sucede que en aquel seno hinchado y familiar, yo tan precoz y algo procaz, le confundí siempre con mi abuelo por parte de madre hay una sola.

Ya entrado en ciernes —que nunca en carnes—, en lo que se denomina la adolescencia, esa etapa atroz del individuo —donde siempre se está atroz del palo—, supe que no tenía parentesco alguno por vía materna, sino que estaba ahí por creencias ideológicas del núcleo —el familiar—, que adornaba el recinto para ejemplo de las futuras generaciones, y que había ganado ese eximio sitio por su labor como agitador.

Ahí fue donde me aclararon también lo de su vinculación con el sector tabaquero y comencé a entender algunas cosas importantes para las futuras generaciones, que, como concluí una madrugada de pesadillas, éramos mi hermano y yo. El haber sido agitador, marcaba nuestra agitada vida. Y lo del tabaco justificaba la adicción feroz a la nicotina que se padecía en aquella trinchera, que era mi hogar y el suyo, hasta que vi que había más inquilinos, en este caso otro comensal inesperado: un plateado cartelito en la puerta lo anunciaba diciendo "Esta es tu casa, F...ulanito". Pero esa es otra histeria.

Le confieso que hasta me alegré bastante cuando supe que no era mi abuelo, que resultó ser el viejito del retrato de al lado, que padecía de más dulce expresión, como si hubiera tenido libertad para hacerlo. Desde entonces, cada vez que pienso en la libertad de expresión, suelo intentar parecerme al abuelo, es decir, me quedo quieto como en la foto.

Respiré más hondo al descartarle lo consanguíneo. Aunque ya con saber que uno no tiene parientes en Guanajay se definen muchas cosas del carácter. Guanajay marca, que no es lo mismo que tener marca Guanajay. Ese lugar ha padecido, durante tanto tiempo, la ambivalencia geográfica, la indecisa pertenencia, entre Habana Campo y Pinar del Río, que supongo que sus habitantes habrán cargado en algún momento con la cruz de si existen o no. Cuando uno no sabe a qué equipo de pelota pertenece, comienzan los pataleos mentales, las tarántulas ideológicas, la bolita que sube y que baja. Cuando vi que había nacido allí en 1848 —una importante fecha marxista, por demás— confirmé que el pueblo existía de veras, a no ser que lo hayan fundado para que pudiera usted venir a este mundo con gentilicio.

Claro que al ver sus inclinaciones laborales, no hubo más dudas. Si se dedicó al aromático mundo del tabaquerismo, Guanajay estaba en Pinar del Río y no le demos más vueltas, ni abajo ni arriba. Vegueros somos y de la cuota fumamos. Pero, por muy torcidos que pudieran haber sido sus inicios en lo del alquitrán y la nicotina, no fue torcedor, sino todo un intelectual de la fuma. En los datos que fui pellizcando más tarde aquí y allá, he visto que escribió hasta poemas, que es ya el colmo, tras haber nacido en un pueblo como el suyo. Aunque luego comprendió que eso era caer demasiado bajo. La poesía es ya un vicio —por demás inútil, mal remunerado y que en provincias casi te excluye socialmente— como para andarlo mezclando con la adicción al tabaco.

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