www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 2/3
 
Carta a Eduardo Saborit (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Todos pretenderían su himno, su jolgorio musical, su canto feroz para sentir que pertenecen a un núcleo de baturros, y que no se equivocan en solitario. El hombre suele ser así, que le digo yo. ¿Imagina usted a los cocineros del antiguo Centro Vasco adoptando, como signo de patriotería culinaria, los compases de otro tema en la misma jaracandosa voz de Barbarito, ése que dice: "Si muero en la carretera/ no me pongan flores./ Si pido caldo gallego/ no le echen coles…"?

Su canción fue otra cosa. No era precisamente un canto de guerra, sino de añoralgia, de leve matunguería morriñosa que, en la lejanía, reafirmó su apego al dominó y a otras cumbres borrascosas. Todo sucedió en 1959 —bueno, sí, lo otro también, y fue la causa de su causal— cuando usted y la Orquesta América —no olvide que se iniciaba la época de querer ser faro continental, así que se acopiaban bujías— con Ninón Mondéjar al frente, integraron, juntos y revueltos, la primera delegación cubana a un evento internacional: el Festimal Mundial de la Juventud y los Estudiantes, que se cerebró en Viena, ese lugar tan musical de Austria, cuna de Mozart, donde la gente suele gozart.

Como estaban en la nómina para amenizar con cubanía y amenidad aquel jolgorio, ya que estaban en las Europas, les alargaron la hoja de ruta, y siguieron hacia la Bololandia, con anclaje en Sochi. Esa es una ciudad muy linda. Todo el mundo quería ir a Sochi alguna vez en su vida y creo que hasta hay una película de Meryl Streep titulada La decisión de Sochi.

Era una época en que aquello daba un cierto valor ideológico a los cubanos. Cuando te iban a hacer verificaciones, sólo con decir: "Fulano ha estado en Sochi", ya se sabía de qué palo de la baraja estaba. Usted gritaba ¡¡Sochi!!, y a los diez minutos tenía un molote de artistas de los que quedaban en la Isla, y del más variado palangre, maletín en mano. Ahora parece que el lugar ha perdido su encanto, o quedó algo sepultado por los ladrillos del muro cuando cayó. Los artistas que quedan en la Isla prefieren otros rumbos con sonoridad similar: Nuesochi York, Sochicago o Sochimilco.

Una de esas noches de vodka y desenfreno ideológico, tras sacar de sí lo más turístico y folklórico que llevaba, usted sintió irrefrenables deseos de poner a flotar su terruño natal sobre la nieve. Ahí le entró lo que los creadores llamamos "la guánfara" o "el cheché", una manera de la inspiración muy parecida a la epilepsia; y estremecido —debió hacer un frío del carajo— le salieron, lentos, tintineantes, estos tres tristes tigres, ramilletes líricos que despertaron bruscamente a más de un konsomol que dormía en su samovar: "El farolito de la calle en que nací/ fue el centinela de mis promesas de amor/ bajo su quieta lucecita yo la vi/ a mi pebeta, inundada de ilusión".

No era eso, pero para la nostalgia cualquier tango es bueno. Se echó al coleto otro limonavskaia, y entonces sí nacieron, limpiecitos de polvo y miaja, los versos que luego iba a rugir la turbamulta en el malecón habanero, meneando desaforada y revolucionariamente, caderas y pepechás.

Por si alguien tiene problemas de amnesia, dificultades con la adrenalina o adenoides frágiles, apunto y banqueo la letra de su canto de lejanía, titulado, en un primer momento visceral y nostálgico, Lejos de Cuba, y rebautizado por algún cacofónico ideólogo, repetitivo y machacante Cuba, qué linda es Cuba, que venía por la vena tropológica de su anterior obra Conozca a Cuba primero y el extranjero después, y tenía, además, el precedente candongo y algo cañengo de unos versos suyos, movidos y bien recepcionados, que mostraban lejanísima influencia emocional de Lord Byron y decían: "Yo tengo un cañaveral/ en una zanja de yuca/ y los pollos del central/ dicen que yo soy de azúcar", y que, con un intermedio melosísimo, mencionaban que tomaba "guarapo por la madrugá", y que "lo bueno se queda y lo malo se va" —extraños conceptos filosóficos, fallidos e idealistas— para tirarse del balcón advirtiendo a continuación: "No te vengas dando brocha/ porque yo no creo en guapos,/ porque si tú eres melcocha,/ yo soy champú de guarapos". Teniendo en cuenta esa incursión azucarera, pasemos a la letra que nos interesa.

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