www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 3/3
 
Carta a Eduardo Saborit (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Y dice mi coro: "Oye,/ tú que dices que tu patria no es tan linda./ Oye,/ tú que dices que lo tuyo no es tan bello,/ yo te invito a que busques por el mundo/ otro cielo tan azul como tu cielo/ una luna tan brillante como aquella/ que se filtra en la dulzura de la caña/ un Fidel, que vibra en la montaña/ un rubí, cinco franjas y una estrella". Hasta ahí el derrame cerebral y las violetas imperiales.

Luego viene el jolgorio, esa parte masiva que los estudiosos llaman, con rotunda iluminación "el estribillo", y otros conocen como "inspiraciones", que dicen: "Cuba, qué linda es Cuba,/ quien la defiende, la quiere más", con un raro aroma excluyente, discriminatorio, tribal, con sonajero identitario, semejante a otros salvajes gritos de estimulación metafísica como "el que no salte es yanqui", "que se vaya la escoria" o "la calle es para los revolucionarios", que obligan a cualquier impedido físico, nacido circunstancialmente en Norteamérica, y con ligeras dudas en el sistema, a quedarse en su casa y no asomar ni las pestañas.

No niego que hay acontecimientos que conmueven. Incluso estremecen nuestra fecundia poética accidentes geográficos y de tránsito; por ejemplo, que el equipo cubano de fútbol le gane al de las Islas Caimán, o que el gobierno establezca relaciones diplomáticas con Gabón. Si uno mira esos hechos desprejuiciadamente, les encuentra cierta relación invisible: ¿dónde vive el Caimán? En el agua. De modo que nuestro futuro higiénico está garantizado: tendremos agua y Gabón. Y ya me deslicé por la astringente.

La primera parte de su trova, a pesar de transitar por los agujereados trillos del cliché —Cuba = azúcar, mulata, ron y café—, no pican ni mortifican, aunque, para un analista biliar como yo muestran cierta tendencia a alentar la migración, cuando invita a buscar por el mundo otro cielo tan azul y una luna tan brillante —¿Estaba nublado Sochi ese día?—; verso ligeramente incómodo para quien se sienta emplazado y, sobre todo, para las autoridades que otorgan la tarjeta blanca. No imagino que llegue alguien a solicitar la salida del país por motivos musicales y le diga al cancerbero de turno: "Mira, compañero, es que Saborit me invitó, y quiero dar una vuelta a ver lo de los cielos y la luna brillante y eso. ¿Comprendes?".

Pasemos por alto tal desliz, porque le entiendo la elipsis de la comparación que es usada como reafirmación: no hay otro cielo tan azul, ni una luna tan brillante que se filtra por la dulzura de la caña. Era el concepto de la época, y usted no fue distinto. Pensaba regresar al país de la pachanga, cuando iba a ser, lenta, precisa, inexorable y trituradoramente, el de la chapunga. La futura épica tuvo su origen en esa ideota universal sobre lo que significaba ser cubano, aunque luego la mocha y el bagazo fueran sustituidos por otros simbolismos. Usted no lo vio, pero aquello se transformó en un Centro Épico, que fue convirtiéndose, poco a poco, y por exceso, en Epicentro. Aunque tal vez fuera más acertado decirle Centro Hípico, porque el equino mayor trajo el equinoccio, y eso da un hipo apabullante.

Su referencia a ese personaje es el error fundamental que le sigo notando a su obrita. Posiblemente lo trepó en la montaña, vibrando, para que rimara con caña. Lo hizo sin mala saña pensando que era una hazaña. No sé, no sé. Por mucho vodka que metiera aquella koljosiana madrugada de Sochi, no podía olvidar que el susodicho había cambiado de locación. Si se hubiese quedado allí, en la protuberancia montañosa, bueno, no habría desatado lo que vino luego —vino agrio, pero ¿es nuestro vino?—.

Lo del rubí y las franjas no me molestan, mire usted, aunque no soy muy dado a los trapos. Ni la idea absoluta de que no hay una estratosfera como la que está posada sobre la Isla, que cada día tiene peor atmósfera. Ni siquiera remacharnos la imagen como guaraperos, alegres consumidores de guachipupas y ternuras. Pero poner al gran boy scout todo el tiempo en la loma, ya pasa de castraño oscuro. ¡Y lo puso a vibrar, Dios mío! Es el único vibrador que no da placer.

Claro, usted estrenó los viajes de estímulo y tenía que poner esas figuritas en el altar nacional. O quizá lo hizo de corazón, y más tarde le vino lo del leñazo en el suyocardio. Puso reglas en este juego en que ahora todos piensan que le pertenecemos al que vibra en el lomerío. Confundir patria con patriarca es malísimo para la circulación y hasta para las neuronas. No vea la de Homeritos que vinieron más tarde a repetir la combinación.

A mí su tema no me emociona. Confieso que nunca lo hizo. Será que tengo mala trompa. Soy capaz de entenderlo, pensándole emocionado, allá en Sochi. Porque comprendo que era el principio del desaguacate, y había su júbilo jíbaro. Un fervor que ahora se ve como bastante nocivito él. No olvidar que mucha gente, entusiasmada o decepcionada, en el primer momento, envuelta en el fragor de los hechos, ha perdido la cabeza con las revoluciones. Mire usted a la pobre francesa María Antonieta.

Defendiendo la melcocha,

Ramón

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