Sería magnífico que comenzasen suspendiendo una temporada las fotos en los carnés de identidad, currículos, expedientes, informes secretos y verificaciones, y en su lugar se aceptaran caricaturas personales. Una vez al mes se le dejara de decir a la gente, a toda la gente —incluyendo a los altos cargos que han dejado de ser personas— su apodo, un apodo, algún apócope que lo pode, y se celebrarían concursos para escoger los más imaginativos. En la lid deberían de entrar los representantes del clero, del MINCÍN, del sindicato de mártires, del MINFAR, y de la EMBELI. La policía y demás órganos de depresión poco donables se dejarían para un día específico, no vaya a ser que nos salga el tiro por la mulata con algún oriental que no entienda el humor occidental, y haya sucesos luctuosos y accidentales.

Los periodistas —sobre todo los laudatorios— leerían sus artículos de primera necesidad en público antes de que se imprimieran, en un agromercado, por ejemplo, y un jurado popular seleccionaría los más desternillantes. En este caso específico hay que estudiar la participación del Editorialista Mayor, cuyo inconfundible estilo pertenece ya a los clásicos del género, pues jugaría con ventajas si concursare y/o participare con sus disparates dispares.

Propongo que, aprovechando la fuerza y el alcance que tiene la televisión —cuando es tan mala como la de las mesas redondas, por mucho que tú corras, te alcanza— se aproveche este medio para utilizar su parrilla en una intensa terapia de la risa. Como en su parrilla no pueden asarse quienes la hacen, pues la usaríamos de otra manera. Digamos:

Lunes: Una selección de los mondongos y desplantes del ministro de Relaciones Exteriores, para tener una noción de lo que se divierten los extranjeros con nuestro producto nacional más bruto. Pinceladas con participación de otros ministros y el serial: El abuelito de Eliancito.

Martes: El programa de los gordos —de mucho éxito en la pasada década—, con la participación de jefes sectoriales de la alimentación. Presiento un éxito nacional con el gran concurso de participación ¿Por dónde va el perro sin tripas? Retrato de la trayectoria del gordito ministro que insulta constantemente. Nuevas entregas del serial: El abuelito de Eliancito. Al final de la noche, una selección de los mejores momentos históricos de José Ramón Fernández, subtitulado, por supuesto.

Miércoles: El programa estrella: Liberad a Willy, un espacio de magia donde el Hechicero Mayor dé licencia extrapenal a un prisionero político. Participación de familiares y un bombo. Una sección del espacio sería un monólogo contra el imperialismo, con la actuación estelar del mismo hechicero, en su papel de Clemente Demente. Chispazos internacionales con las mejores intervenciones de Cabeza de Puerco. Nueva entrega de El abuelito de Eliancito, con el capítulo didáctico sobre la ideología de los delfines.

Jueves: La comedia cubano-soviética Nadie es soldado al nacer (lo sueldan luego), conocida también como Lo que el chino diga. Momentos destacados de la política exterior a cargo del tapón con mala leche, que pudiera llamarse Mal trago de Ginebra. Otra entrega del serial del abuelito y, al cierre, un musical con himnos y canciones heroicas titulado El que no salte es yonqui.

(Nota importante: Si de pronto el ministro de Reacciones Exteriores, el gordito maleducado, Cabeza de Puerco, y el tapón que blasfema, resultan ser la misma persona, ¿qué va a hacerse? Hay gente así, con personalidad múltiple).