www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
Parte 2/3
 
Carta a José Ángel Buesa (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Ahí fue que le cogí cariño —a usted, que a mi vieja ya se lo tenía— porque un poeta prístino, bien plantado, nada beodo, que me conociera tanto —como conocía al resto de los cubanos que me rodeaban— era digno de estudio. Un estudio que debía ser, en aquellos momentos de coyuntura coyuntural —había llegado otro poeta al poder y tenía el tropo caliente— a larga distancia, porque usted había echado un pie de la Isla pretextando cobrar derechos de autor, que era el verso perfecto para escaparse de aquellos izquierdos autorizados a cobrarse otros desechos.

Y le busqué, y le seguí, eludiendo a Mayakovski y al camagüeyano bajito que hacía versos prietos y sonoros. Todo en silencio, en clandestinidad que era muy glande. Un glandestinaje amatorio que me daba mejores resultados con las muchachitas que sonarles la Elegía a Jesús Menéndez. Alabar a un dirigente cañero luce poco erótico en cualquier lugar del mundo.

Entonces decidí mantenerle a usted como dentro del armario, concepto que en estos momentos tiene muy malas connotaciones, pero que a mí me venía a la caja. Creo que por ahí todos los cubanos comenzamos el postgrado en la doble moral. Por un lado, los cultores del nuevo pensamiento estético nos bombardeaban toneladas de versos de Bertold Brecht, que además de ser perseguidamente alemán, con cara de amargado y poco pelo, sólo soliviantaba emocionalmente a ciertos compañeros con las glándulas mamarias muy desarrolladas y úteros ideológicamente aptos para los marxismos y sus materialismos dialécticos, pero que a la gente sensible no nos arañaba la corteza cerebral.

He intentado encontrar a algún congénere coterráneo que pueda decirme, sin titubear y de memoria, un verso suelto y sin descascarar, de algún poeta proletarioso y maquinario, alguna estrofa de barricada, una imagen suelta de Pedroso o Navarro Luna, o de otros más rankeados en el hit parade internacional como Paul Eluard, Nazim Hikmet, Konstantin Simonov, Alexander Blok o Louis Aragon, y nada. Cuando le pregunté a un primo mío si sabía algo de Aragon, me cantó completo, y con excelente entonación El bodeguero, incluyendo un memorable solo de flauta.

Pero un porcentaje muy alto me soltaba, sin respirar, y a la primera alusión, de cabo a rabo su "Pasarás por mi vida sin saber que pasaste,/ pasarás en silencio por mi amor, y al pasar,/ fingiré una sonrisa, como un dulce contraste…", que contrasté muchas veces con asombro. Todos le conocían y le citaban, aunque el Comité Militar ya no pudiera hacerlo, lo que era una prueba citológica de la efectividad de su gestión. Y no podían citarlo por simple lejanía, aunque deseos no le faltaban de que usted estuviese todavía al pie de una cuatrobocas, o, para complacer mejor al nuevo poeta épico que mandaba, no al pie de un cañón, sino delante.

Ese nuevo vate barbitúrico, que le fue cerrando puertas y ventanas acusándolo de comerciar con sus versos, de lucrar con los tropos en avaro tropelaje, ha sido incapataz de escribir algo menos aburrido que sus interminables églogas, y cuatro o cinco versitos, variaciones de la misma cosa, que la gente recuerda a su pesar, pero que no erotizan a nadie con una sensibilidad ligeramente superior a un rumiante, esas que no sobrepasan la magia de Los zapaticos me aprietan, que más tarde se consideraron versos subversivos.

Para crear un ambiente poético, como de pachanga uniformada e informal, alejó a los infantes de la marina, y a todos los niños nos hizo pioneros y aspirantes a asmáticos, e inventó una monstruosidad conocida como "Plan de la Calle". Los planes de la calle, apartaban al niño del fuego del puchero, cuando alrededor de la chimenea se reunía la familia, y hacían que se callara las cosas que no se deben callar. Yo siempre he defendido dos cosas en esta vida: a Herodes y a los niños. Para mí el niño tiene un lugar muy importante en la casa: su habitación; y si sobre la cama posee una trigueña de ojos verdes, que no sean su mamá o una Barbie, mejor.

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