www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a San Fang Kong
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Cuenta la leyenda —y he estado al borde de meter al pájaro chogüí, porque suena asiático, pero me arrepentí— que Cuan Kung —que ese era tu nombre mortal— "fue decapitado al caer en una emboscada cuando montaba en su caballo" —"que está en la puerta de aquel camino real"—. Y esto tiene tela para cortar, seda que altera y no seda. Lo primero es eso del nombrecito verdadero: Cuan Kung sonorizado antillanamente como Kong, que a mí me suena a interrogatorio —¿Cuán? Es para soltar la fecha y la hora; y el Kong no viene del gorila peludo y gigantesco, sino que es invitación a que delates al individuo que irá contigo a fechoriar la cometía, o a cometer la fechoría—.

Lo segundo ya es más facilongo para la vasta imaginación del cubano: caer en una emboscada cuando montaba en un caballo. Si yo me pusiera a enumerar cuánta gente ha perdido la cabeza por confiar en ese animal, la lista sería enorme. Un caballo podría ser el mejor amigo del hombre, pero el que tengo en mente ya no cree en su sombra, y descarta, tira por tierra, despetronca no sólo a quien decide cabalgarlo o seguirle, sino también la idea de esa frase común que califica a los de su especie como "nobles brutos". Lo segundo, pasa, pero lo primero no.

Pues en la leyenda que te originó, Cuan Kong fue despojado de su luenga cabellera y de sus achinados ojos, por el simple proceso de desmontar el occipucio y lo que lo rodea, cortando a ras de cuello. Por allí pasó un monje budista —en las mejores historias, cuando la cosa se pone realmente buena, suele pasar un monje budista— y vio el cuerpo, de pie, agitando las manos en busca de la cabeza que le pertenecía. El monje –tiene que ser budista, sino la cosa no funciona— se enteró de que la parte sustraída —el coco o güiro— le había sido llevada en una bandeja al emperador. Y, mientras el cuerpo tuyo —es decir, el de Cuan Kung— manoteaba como cuando se discute de pelota, la lejana y embandejada cabeza le reclamaba al emperador la devolución del cuerpo, comprendiendo que en ese alejamiento forzoso no había armonía posible.

Entonces, el monje —si no es budista no sigo la historia, por mi madre— decidió levantar allí mismo un templo, que no es lo mismo decir que se puso a templar algún instrumento en el lugar, lo que dice mucho de su carácter budista y de su temple. Aunque nunca se ha especificado si el religioso —estoy hablando del monje budista, por si no lo han notado— edificó el templo donde encontró el cuerpo o donde estaba tu cabeza, y eso me hace sospechar que el testigo, por muy monje y budista que fuese, tenía algo de catalán. Ponerse a levantar templos en los dos lugares le iba a costar un congo, que hay ocasiones en que la templadera sale carísima. Tal vez el monjito era realmente de la zona, pero cargaba un excelente sentido común y nadie pudo decir luego que "en los últimos tiempos se fueron evidenciando en él fuertes tendencias hacia la autosuficiencia y a la subestimación de criterios de otros experimentados compañeros, que en más de una ocasión le hicieron observaciones y le aconsejaron sobre estos rasgos que finalmente lo condujeron a serios errores en varias esferas de su actividad", porque entonces el caballo lo habría decapitado allí mismo, en su portal.

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