www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a Manuel Saumell
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pero, como "estar en lo de Edelman" no bastaba, se deslizó en tercera para avituallarse de armonías, contrapuntos y fugas con Maurice Pyke, director en ese entonces de la ópera italiana que actuaba en Cuba. Ya lo de ufanarse y decir: "estoy en lo de Pyke" era más engorroso. Imagino la cantidad de gente que le encargaría cocinas de keroseno de esa marca.

Así preparado, se lanzó a la vida laboral. En los datos que tengo sobre usted hay algo muy confuso, y que a las nuevas generaciones no le va a hacer mucha gracia si no aclaramos antes. Todos los documentos consultados dicen que, a la par que se formaba en las fugas con Pyke, y en la pianola con Edelman, tocaba el órgano en varias iglesias habaneras. Eso me pone de lo más suspicaz.

Johan Sebastián Bach se pasó también la vida tocando el órgano, el suyo, en una iglesia, y se hizo tan profesional que tuvo doce hijos. De modo que uno no sabe qué pensar cuando en su caso encuentra que iba por libre, a varios lugares a tocar órganos, así, sin apellidos. Todavía si el órgano fuese un órgano oriental uno se orientaba más.

Mas, dejemos el dato ahí clavadito y pasemos a lo más importante, que de esas prácticas resultó estar usted apto en todos los sentidos para convertirse en padre, en este caso de la contradanza, y de reunir en su persona e intelecto todas las claves secretas para iniciar, por primera vez en los anales de la nacionalidad, una música que contenía el guarapo de lo verdaderamente nuestro. Ahora me doy cuenta, horrorizado, que he puesto su órgano muy cerca de los anales, y eso puede ser muy mal interpretado si no me apoyo en gente célebre que habló de su relevancia y seriedad.

Horrorizado no puedo seguir. Me es muy difícil. Me es —como le escuché un día decir al viejo Paniagua, entre desastre musical y desacordes— "sumamente imposible". Se me sublevan las vísceras. Se me dobla la visera. Es la misma sensación que siempre tenemos ante la página vacía, el famoso síndrome de vágina. He estado bordeando la picaresca sin darme cuenta que su obra misma lo delata en la doblez. Una de sus creaciones, Plegaria, está escrita para soprano y órgano. Cualquier habitante de los extensos algodonales de Mafo pudiera preguntarle qué hacía usted soprando el órgano en esa actitud tan plegaria. "¿Soprano y orgasmo?", preguntaría otro, nada mafiense o mafioso.

Yo no me plegaría así ante un órgano como el suyo, que tanta contradanza produjo, hasta llegar a la victoriosa cifra de 51. Escribió, incluso, en ese género, hasta una con nombre de aparato, que luego nuestro amable y sapiente Pepe Julián —antes de que lo pusieran a cargar al niño delfín— hubo de explicar como una de sus catalanadas más sonoras.

Se llama El somatén, y es una contradanza de las buenas, a las que le ronca el mango, por suave, cadenciosa, que se diría de algodón. Posee la sensualidad de una asamblea de balance con la firmeza de una recogida de botellas vacías. Claro que usted dice ese título sin explicar que habla de música, todos los orientales —cercanos o lejanos de los algodonales de Mafo— comenzarían a acariciar la idea de ir a La Habana, a hacerse análisis en ese nuevo y avanzado trasto que acaban de instalar en el Hospital Carlitos García.

Y no es tal. El somatén no revisa pulmones o intestinos, mucosas o mucuras. Es una pieza sólida que debe el nombre a un periódico bastante catalán y densamente independentista de la época, que se llamaba así mismito: Soms Atents, con variadas traducciones que pueden ir desde la directa "estamos atentos", a "Estamos al loro", "te conozco mascarita" o "Con la guardia en alto", predecesor, por ese lado del órgano —y ya caímos nuevamente en lo organopónico— de los Comités de Defensa, CDR, asociación de chismosos varios y personas con ganas de hacer la vida ajena un caldo de jicotea.

Pudiera ponerme a silbar los compases de esa pieza, tal vez con la cadencia desconstructiva de Liudmilo y Paniagua, pero lo considero inútil, nocivo y toda una pérdida de tiempo. Ya saltarán los mismos de siempre, acusándome de querer estar en contra silbando contradanzas.

Y se me ocurre, dándole vueltas a la derivación mental que hice con su tema somatoso y la vigilancia, y el estar atentos, que, mirando desde la perspectiva de hoy, no se salvaba usted de un suspicaz tan implacable, denigrante y repudiable como yo. Esa asociación entre la obrita suya mencionada y los Comités de vigilantes empedernidos me trae a la cabeza la otra que le dio más fama, y que aún se recuerda, y que viene a ser parienta por vía ocular: Los ojos de Pepa.

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