www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta a la Materva
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Podría estar hablando horas de mi plan para resolver las preocupaciones de la pobreza, y con ello, las preocupaciones de los pobres. Porque un pobre con preocupaciones se pone nervioso, y no se desarrolla en todo su esplendor. Será por eso que nunca he visto uno en las postales turísticas. Pero la peor cosa que puede hacerse por los pobres es que llegue uno a cambiar un gobierno y pretenda abolir a los ricos, porque sin ricos entonces el pobre como que pierde estímulos y motivaciones, y ya ni tiene voluntad para levantarse cada día a mendigar, ejercer su título en alguna esquina, o prestarse para investigaciones sociológicas.

Cuando hay un movimiento de tierra tan brusco y aparece alguien expulsando a los ricos o volviéndolos pobres, se llena más el bote. Y como hay violencia, aparecen hasta los mártires. Un mártir es como un héroe con mala suerte, y eso deprime mucho a pobres y ricos en general. Un héroe puede convertirse en mártir cuando él mismo lo decida o las circunstancias le sean adversas, pero no conozco a un solo mártir que pueda hacer el viceversa. Y ambos los dos, o los tres, si contamos también a los que hacen pobres a la fuerza, como en mi país, tienen el añadido de no poder paliar su fatalidad bebiendo Materva. Y ya caí de nuevo en el tema.

De modo que no comparto mis reflexiones sociológicas con El Yolo y le cuento que la Materva era una soda que se fabricaba con extracto de hierba mate. Según una de mis abuelas, allá por los años veinte aparecieron en La Habana los integrantes del Trío Argentino, Irusta, Fugazot y De Mare. Cuando se marcharon, ya estaba la Materva instalada en los timbiriches. Yo no me creo esa historia al pie de la letra, porque puedo pensar que algún descendiente de Martín Fierro la puso a circular en lo que esperaban a Carlitos Gardel. Como el Morocho tuvo un percance en Medellín, pues se quedó la Materva, de la que decían que, bien fría, sabía a sidra.

Cuando voy a contarle al Yolo que en los años cincuenta del siglo XX llegó a existir "El jinete Materva y su Ayudante Salutaris", me mira sin sobresaltos y me espeta a bocajarro, sin chapa ni nada, que él ha visto la estatua de la Materva en la escalinata de la Universidad. Entonces me pongo nuevamente a pensar en mi plan para inscribir a todos los pobres del mundo, o lograr que todos beban mi refresco preferido, que es, como podrán deducir, el Prú oriental.

Pero la ignorancia feliz de este muchacho me ha dejado pensativo. Pudiera repartir tickets entre los pobres para que vayan poco a poco accediendo a ciertas riquezas, pero siempre habrá algún listo que los revenda y volvería todo a ser igual. Y me viene a la mente la infancia de El Yolo, repleta de jarabe de fresa —conocida científicamente como "líquido de frenos o guachipupa"—, sin Materva, cuya ausencia posiblemente afectó sus neuronas. La isla de Cuba es el único lugar del mundo que está llena de pobres que no se dan cuenta de su situación, y sin una Materva al alcance de la mano. Tal vez por eso la estatua del Alma Máter, en la cima de la escalinata universitaria esté con los brazos abiertos, los hombros encogidos, en un gesto de inquietud, como preguntándose dónde se metió la prístina bebida argentina.

Se dejó de procesar el mate, y desde entonces estamos en jaque. Y el rey se ríe en el centro del tablero. Como si bebiera a escondidas una buena Materva; la que sustituyó por la Caterva. La caterva de empobrecidos que jeringan la pobreción.

Pobre de mí y enmatervado,

Ramón

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