www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a Superman
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

En aquel tiempo, cuando ya empezábamos a ir de capa caída, la prenda la usaba solamente El Caballero de París, y un ex ministro de Educación y Cultura a quien mandaron a capar —que no es fabricar capas— a una granja porcina. Todo prendía y prendían a cualquiera, pero la prenda en sí ya estaba en desuso. De modo que esa, mi aspiración capancia, capal o caporal, era un deseo absurdo de niño genéticamente predestinado al fracaso y a la bandeja de aluminio.

Tanta ignorancia había en mis ensoñaciones que pretendí emularte. Pero cómo se puede ser superhéroe en una ciudad que han quemado los mambises para evitar la inversión de capital extranjero, y cuyo edificio más alto era el Hotel Central, donde pernoctaban camioneros varios y burócratas en trance y tránsito; si hasta el mismo Frei Beto, pensador y gastrónomo, celestial y contuberniador, de verbo angelical y fácil, iba a escribir mi imposibilidad natural en un porvenir lejano de este modo:

"No es verdad que todos nacemos iguales, como dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Somos desiguales antes incluso del parto. La gestación de una mujer pobre no se puede comparar con la de una rica. Basta comparar el peso de sus bebés y sus defensas orgánicas".

Qué iba a saber entonces que eras un héroe de cómic, creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938. Por eso no te encontré en La edad de oro, y mucho menos en Oros viejos, que eran, junto al Ensayo político sobre la isla de Cuba, del varón Von Humbolt, mis libros amados y de cabecera —el del Barón lo usaba para poner la cabeza—.

Me habían ocultado que habías nacido en el planeta Krypton, que tenía una civilización mucho más desarrollada que la que veía en los carnavales de mi pueblo, que tu padre se llamaba Jor-El y era un científico tremendo, que había descubierto que tu planeta tenía conmociones internas, que lo ponían a punto de caramelo, y que estallaría en breve. Eso me recordaba a mi abuelo, que desde el principio dijo: "esto está en candela y la cosa va a explotar", pero nadie le prestó atención, porque era pública y notoria su inclinación por Grau San Martín, y era desoída su amenaza de irse a la manigua como su padre, farfullando, entre los pocos dientes, algo que me sonaba parecido a "el muerto alante y la kryptonita atrás", que también tenía que ver con tu leyenda.

Desconocía también —¡oh, mísero de mí!— que tu padre te embutió en una nave y te mandó al espacio, con destino a la tierra —que también estaba en candela, lo que me dice que sería científico, pero tenía su tronco de yuca de guardia—, para salvarte de la inminente explosión del planeta, lo que te convierte en pionero de la posterior Operación Peter Pan que iban casi a calcar en mis pagos más tarde.

Así llegaste a Smalville, aterrizaste menos aterrillado que yo a tu edad, y te adoptaron unos simpáticos granjeros del estado de Kansas, llamados Jonathan y Martha Kent, kent te pusieron por nombre Clark y de apellido, el de esa marca de cigarros. Si los granjeros hubieran vivido en Mayarí, se llamaran Nicasio y Romelia, y tu arribo hubiera demorado hasta 1960, lo más probable es que te habrían entregado a Acopio, y fueras una especie de niño del ANAP, sin poderes ni para empatarte con una guanábana.

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