www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta a Superman
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Entonces me enteré que te habías pasado al enemigo. Algo barruntaba yo desde mi altura, porque era muy sospechoso que nunca le hubieras resuelto a un pobre un pan con pasta, usaras ese raro pijama debajo del traje, volaras en los crepúsculos, despidieran chispas tus picarones ojos y evitaras la pegajosidad de Louis Lane. Como a mi casa no llegaba el Daily Planet, sino aquella argamasa con nombre de yate, no sabía muy bien cómo iban las cosas por Metrópolis, pero sí que de vez en cuando renacía en la Isla un superhéroe que cortaba caña o acababa con los algarrobos, que mirándolo bien, podía llamarse Supermal, para como iban las cosas.

Y en ese preciso momento, justo cuando por el cielo de mi terruño no pasaba ni Cubana de Aviación, desembarcó desde su planeta, el viejo Remigio Punzó, a quien todos llamaban Pachimú, y otros, más preclaros, habían rebautizado Katiushko, tal vez porque en su incansable parloteo era lo más parecido al arma soviética. Siempre creí que tenía cuatro bocas.

Remigio resultaba algo así como pariente de Anastas Mikoyán por parte de tractor. Llegué a pensar que era uno de los hombres de Panfilov, aunque el General jamás lo hubiera visto en la carretera de Volokolams. Conocía al dedillo las biografías de Troski, de Vladimir y del viejo Pepe Stalin, y sospecho que también sabía vida y milagros de cada uno de los miembros de la caballería roja de Budionni, porque era un poco Chapaev a la antigua. Todos le tenían por un experto en los dos alemanes que lo ponen a uno a hablar más mierda en este mundo: Marx y Alhzeimer.

Fue él quien te quitó ante mis ojos aquellos calzoncillos azules, explicándome cómo el imperialismo yanqui se inventaba esos símbolos para llenarnos la cabeza de porquerías, y a partir de ahí empecé a sospechar de ti hasta cuando se perdió el guarapo de la cafetería de la esquina. Él me hablaba de nuestros héroes con fogosa pasión, y me fui dando cuenta de que, menos volar, eran cagaditos a ti. Y más tarde apareció tu contrincante, un volao Volodia que no volavia —quizá por el peso de la mandarria que sostenía— capaz de transformar países enteros, construir presas del pánico y cosechar trigo a raudales.

Mas, no fue la mecánica mental que me hizo el viejo Pachimú, sino la vida misma quien me hizo olvidarte, tirarte poco a poco a mondongo, borrarte del mapa. Qué iba a importarme a mí que detuvieras un tren con la mano, si empecé a ver lo que hacía una buena orientación de arriba con los Ferrocarriles de Cuba. Qué proeza era la de derrumbar un edificio, si me bastaba un paseo por la Habana Vieja. Y al final, sin capa ni nada, volé y volé, anduve y anduve, hasta llegar a la madre patria, con la sana intención de hacer Borbón y cuenta nueva.

Y desde mi sitio natalio los amigos reclaman que les mande unas letras, ahora que ha muerto uno de los actores que se hacían pasar por ti. Y yo aprovecho, machadiano, pero con más ventura, para decirles esta frase que ya garrapateó una vez un poeta: "¿Escribir para el pueblo? ¿Qué más quisiera yo?". Sé que allí, bajo la noche bayamesa, algún niño te estará esperando, como hice yo cuando era inocente e incauto, aunque sea para ver algo de luz en la cerrada noche.

Muy man en otro súper,

Ramón

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