www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a Pancho Marty (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Cualquier frío analista económico, burócrata, estudioso o anolisto, esquemático y dado a comparar gráficos —como el Capitán Gráfico de Peter Pan— llegaría a la conclusión de que aquellos pardos recién salidos de la floresta bantú, llegados a la tierra más fermosa que ojos humanos habían visto, gozaban de un trato preferencial por parte de las autoridades. Doy datos, argumento con argamasa popular. Según mis indagaciones de hace diez años, la dieta de aquella población panal consistía, como ya dije, en unos trescientos cincuenta gramos de boniato salcochado (350 grs.) o batata, planta de la familia de las convolvuláceas, de tallos rastreros y ramosos, de hojas alternas lobuladas, y raíces tuberculosas de fécula azucarada —quitando lo de tuberculosas, todo lo demás me hace agua la boca, qué fécula, cará—, y cuatrocientos gramos (400 grs.) de tasajo apodado brujo.

El tasajo es un pedazo de carne seco y salado o acecinado para que se conserve. O, para decirlo en cristiano de la Isla, carne de caballo o calne'e penco. En la distancia uno mira estas descripciones y se horroriza, ya lo sé. Nuestros hábitos alimentarios han cambiado desde la llegada del Dietista Mayor, pero en definitiva el hábito no hace al monje. Sé que da repelús saber que se está ingiriendo un tallo tuberculoso y trozos de animal acecinado. Pero si antes no se acecina al caballo, no se puede comer. Crudo debe saber a rayos.

Lo cierto es que una ración de tasajo, conformada por ciento cincuenta gramos (150 grs.), servida sin guarnición —la guarnición llegaba luego al no poder pagar, en la forma de una pareja de policías destasajados— en La Bodeguita del Medio en 1994, costaba la bicoca de 10 dólares, moneda dura y extranjera, verde que te quiero verde, que era trescientas veces más que el sueldo devengado por aquel nigromante que se fugaba al monte al menor descuido.

Otro dato importantísimo: ¿dónde ubicaban los rancheadores al contratado juyuyo que aspiraba convertirse en cimarrón sin pasar antes por una comisión de evaluación? En un cepo. Y la madera del cepo, ¿de qué material era? Parecerá estúpido responderlo, como una verdad de Pedro el Grullo, pero el material de la madera con que se construían los cepos y demás parafernalias de castigo o escarmiento, era madera de caoba o roble, llegando incluso a utilizarse otro tipo de material más ebúrneo, más lujoso y consistente, que consistía en madera de ocuje, o jiquí, o ácana con ácana con ácana, o cedro del oloroso, para que el esclavo que practicara el ejercicio del bocabajo se fuera acostumbrando a lo rico que olía esta isla que se le brindaba con mil amores.

No digo esto de balde, ni para apabullarlo a usted ni a nadie con el material de mis conocimientos, logrados en hondas y lujuriosas noches de estudio, trabajo y fusil, sino que lo aporto como parte de mi aporte para el examen comparativo. Para conseguir, muchísimos, muchisísimos, pero recontrasísimos y muchos años más tarde, una silla o sillón, balance o comadrita —lo más parecido a un cepo—, en esa Habana que evolucionó sin usted hasta volver a ser como usted la dejó, o peor, sólo encontraba objetos de distinto y barato material, que es como decir que todo estaba hecho de mal pino o pinotea. Ni siquiera de los pinos nuevos que anunciara el apóstol, a pesar de que él mismo había dicho que "nuestros sillones, de caoba, y si salen de pinotea, son nuestros sillones".

Si analizamos que el cubano de hoy carece de caoba y de tasajo, no nos explicamos por qué escapaban al monte aquellos nobles carabalíes. En el monte había mosquitos, oscuridad, insectos e insectívoros, roedores, cucarachas, aguas albañales, y era toda una osadía alimentarse. Como esas condiciones pasaron luego a ser comunes en las ciudades, ahora entendemos por qué los nuevos cimarrones prefieren irse para lugares más lejanos, ya que el monte es de los revolucionarios, y uno no tropieza con una vaca ni en fotos.

Me atrevo a asegurar que allí las vacas no están en estado salvaje, sino en uno lamentable y administrativo, y si te ven, te muerden. Para que luego algún naturalista venga a decir que en Cuba no hay fauna peligrosa. No hay nada más peligroso que darle una puñalada a una vaca, aunque sea por caridad. Por otra parte, es muy triste trabajar sin incentívoros.

Y ahora caigo en la cuneta de que me explayé —que quiere decir caer fuera de la playa— en otras consideraciones que a usted poco pudieran interesarle. Lo habíamos dejado en que levantaba, construía e inauguraba el gran Teatro Tacón, y en sus alrededores, lo más parecido a los carnavales de la posteridad, llamados bailes de Tacón. Ya verá cómo hablo de esos festejos populares, con Perico llorando y todo, y aprovecharé para meter ahí mismo el tasajo. El boniato no, que no me cabe.

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