www.cubaencuentro.com Viernes, 25 de marzo de 2005

 
  Parte 1/3
 
Mi amiga y sus amiguitos
por ENRISCO, Nueva Jersey
 

El otro día en mi universidad se me acercó una amiga consternada y furiosa: no era para menos. Las fuerzas del imperio amenazaban con profanar Teotihuacán, el famoso centro arqueológico mexicano que en sus buenos tiempos se encargaba de proveer a los dioses locales de una nutritiva dieta de corazones humanos. Resulta que en los alrededores de Teotihuacán iban a inaugurar un Wal-Mart, la cadena norteamericana de tiendas de descuento, pérfida avanzada de la globalización.

Chica

Mi amiga, junto a miles de activistas de todo el mundo, se aprestaba a recoger firmas para impedir tamaña barbarie. Cómo no sentirme yo también indignado con ese acto de barbarie cultural que quería mezclar aquel sitio sagrado con la vulgar compraventa de ropa interior y exterior y de artículos para el hogar. ¡Si todavía les hubiera dado por instalar allí un centro de donación de órganos!

Como cubano, es decir, un ser naturalmente inclinado a la solidaridad, le propuse a mi amiga no sólo firmar su petición sino trasladar el susodicho Wal-Mart para la Plaza de la Revolución de La Habana. Así seguirá estando en un sitio asociado con el sacrificio y encima los vecinos de la zona se lo van a agradecer.

Mi amiga es un alma de Dios, siempre asociada a las buenas causas: pasa sus vacaciones en Chiapas y se preocupa por la existencia de toda criatura viviente, desde los osos pandas a las cucarachas, con la excepción, claro está, de los capitalistas y los ratones (estos últimos porque le recuerdan a Walt Disney). Hace tiempo me confesó que se había alegrado con el derribo de las torres gemelas, aunque aclarando que lamentaba las pérdidas humanas.

Entre eso y Wal-Mart empiezo a sospechar que mi amiga tiene algo en contra de la arquitectura contemporánea. No sabía si sugerirle que, en represalia por la profanación de Teotihuacán, el hueco que dejó el World Trade Center fuera rellenado con pirámides mexicanas. Y de paso, llevar para allá a todos los descendientes de sus constructores originales: bueno, a todos excepto a los que ya están en Nueva York trabajando en algún restaurante, por ejemplo. Para que sepan lo que es multiculturalismo.

Pero no se lo voy a sugerir a mi amiga porque bastante ocupada anda ya, la pobre. Este ha sido un año intenso para ella y para sus amigos, entre marchas en contra de la guerra en Irak, comprar camisetas anti-Bush, ver películas anti-Bush, comprar camisetas del Che, ver películas sobre el Che, rugir furiosos contra la imagen de Bush montado en un avión de guerra, o de placer ante la imagen del Che montando en moto.

Lo de Bush se entiende: no salía de una para entrar en otra y a fuerza de meter la pata, este año se había ganado un odio más universal que el que inspiran las suegras. Bush se había convertido en el eje de la globalización del odio. El antiamericanismo, producto netamente norteamericano, tradicionalmente ha llegado allí donde no llegan siquiera las hamburguesas. Gracias a la política del presidente norteamericano, muchos de los más firmes aliados de toda la vida empezaron a desentenderse de este. Al paso que iba no me extrañaba que los jefes del Pentágono terminaran declarando que eran una ONG.

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