www.cubaencuentro.com Viernes, 25 de marzo de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Alejo Carpentier
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Quegrido, agmigrado, grealmagravíllico y lausánico Alejo Carpentierrr Valmont ¿o Alexis Carpentier Blagooblasof?), en fin, Alejo Patrimonio:

A. Carpentier

¿Así que, con el cuento y la jarana, entre párrafo largo y columna polvorienta, nos cumple ya cien años? Y yo, distraído, en penumbras, en pleno siglo de las luces, como aquel canto barroco que reza "a lo oscuro, metí la mano, a lo oscuro metí los pié", sin darme cuenta de lo viejo que se nos deshacía entre los muñones. La centuria como que roe las estatuas y cuartea hasta la piel de los guantes de béisbol.

Será por eso que el gobierno cubano, a través de esa coartada ideológica llamada Ministerio de Cultura —¿Misterio en su Costura? ¿Mimi, tengo tu cintura?— lo ha blindado mediante decreto oficial de Katanga. Lo han hecho suyo, suyito, propio y bajito, intocable; vida, obra, respiración y pensamiento rodeados de arrecifes patrios, ideológicamente isleños, para que nadie ose —haciéndose el oso— sacar aquella acta que lo hace nacido en Lausana, Suiza, que para la Asamblea Nacional ha de ser algún central azucarado del Camagüey. Y claro, qué puede uno hacer cuando cumple cien años y lo blindan como una tanqueta. Qué horror, y yo sin entender o darme cuenta, cará. Es que, mientras más me alejo, menos viajo a la semilla.

No le negaré —¿quién soy yo?— la grandeza escritural, el bagaje artístico, la culturalia secular, la prosa sabrosa y espesa cual consomé o caldosa, la enjundia inabarcable, la memoria fantasiosa, la sensitiva orgasmia americanista, la amurallada letralia, y esa sorprendente puntería de haber estado en los sitios exactos en los momentos precisos, para luego contarlo.

Pienso en La Protesta de los Trece, el grupo surrealista de Bretón. Usted pasaba casualmente por allí, y ya. No lo niego, no lo reprocho, no lo abrocho. Líbreme Dios de eso. Recurro al sabio chino Fan Yí, que escribiera, allá en el rancho grande del siglo II DNE, estas palabras que me detienen: "¿Quién son tú?" (No es lo mismo un narrador, que un narra del DOR). No echaré lastre o sombra sobre su caballo que está en la puerta de aquel camino real.

Los hombres son sus sobras, como ya dijera aquel pedazo de escritor francés cuyo nombre escapa de mi mente y mi caligrafía, pero cuyas enseñanzas quedan —empantanadas y confusas, como todo lo que he ido asimilando— para desterrar toda injusta oscuridad, y no me lanzo en ese pozo sin Chano. Si hasta ha sido usted Premio Cervantes, con lo que yo respeto a ese hombre y a Sancho. Y lo obtuvo ya en siendo viejito y blando, atrapado por su pasado, porque en él refulgían las sólidas novelas que había escrito entre una bobería y otra, boberías que cualquiera envidiaría, y que, como todos saben, fueron sacrificarse en París de 1928 a 1939, tocar un tiempo Maloja y dar otro salto de cabra a Venezuela en 1945. Allí caracaleó hasta que se asomó de nuevo a la ciudad de las columnas, que estaba llamada a convertirse a partir del accidente del 58 en la ciudad de las columbias.

Y aunque esas circunstancias pueden mover a sucias codicias, mis motivos son otros, como de Son, no siempre de cuestionario, y sí de cuestionamiento. Para acabar de poner las matildes a las teses. Y lo hago con todo respeto, asistido por el espíritu de aquel ruso contemporáneo y coterráneo de su señora mamá antes de que se cambiara el apellido, y tuviera usted que vender leche en la calle Maloja.

Para algo escribió en un siglo pasado el célebre Vasili Vitaliévitch Efrémov frases de tanta abismal lucidez como: "¿Pachimú la gorda Sasha rasca la grada? ¿pachimú repella boniatoska y traba la reja la bayoya?", y esta otra que subvierte toda nuestra concepción de la historia: "Volodia machuca al pollo en la guardarraya". Hablaba de por qué los hombres pretendemos adornar la vida que no nos gusta, que no es precisamente la búsqueda insaciable de belleza, sino algo más turbio y secreto, como embarajar nacimientos, poner la pechuga en la mano de los malvados y trabarse en la erre sin padecer de frenillo.

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