www.cubaencuentro.com Viernes, 25 de marzo de 2005

 
Parte 1/2
 
Carta al doctor Aballí
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Pediatrista y matancero doctor Ángel Arturo Aballí Arellano, AAAAA:

Aballí

Yo tuve, como cada niño en este mundo, un padre, una madre y un pediatra. También tuve sueños, algunos juguetes, e incansables lombrices. Ahí entraba el pediatra en mi vida diminuta, para evitar que les cogiera cariño a esos animalitos largos y aplanados. Eran tenias lo bastante saginatas como para deslumbrar a un niño. Saginatas y obstinadas. Y cuando saginataban, era como para preocuparse. "Entonces llegó el doctor, manejando el cuatrimotor". Se acabaron las tenias. Una tenia tenía. También fui dueño de unos alegres oxiuros. De más está decir que yo era un niño muy inquieto.

Al principio, como que no lo asocié a usted a las tenias. Aunque vivía entre los rescoldos del incendio de mi pueblo, de vez en cuando, que es como decir una vez al año, mi madre nos llevaba a la capital a agarrar lombrices y ser felices. Entonces le conocí, y se convirtió en mi breve imaginario un mambí de alta graduación que amaba a los niños. Al menos eso pensé durante mucho tiempo al ver aquel letrero que rezaba "Hospital Pediátrico General Aballí". De manera que, por regla de tres, o decantación en cerebelo infantil de alegre poseedor de tenias saginatas, o era usted pediatra o era general.

Eso de tener un general pediatra era nuevo en mi vida. Da como sentido de la propiedad, una sensación de dominio: tengo un médico de niños que, además, es pincho. Que no es lo mismo que decir pediatra general, que ya entran muchos en el jamo, se masifica. Y claro, como en aquel tiempo de picores yo no tenía una noción muy clara de lo pediátrico —ya apuntaba más a lo psiquiátrico—, mi madre tuvo que aclararme que estaba relacionado con lo infantil. Era muy bueno tener para los juegos a un general infantil, y que se llamara, además, Aballí. Entre tanto esdrújulo existía uno muy agudo.

Sólo ha sido ahora, que no necesito pediatras sino cardiólogos y urólogos, que he sabido su verdadera historia. Y mire que, como sigo siendo aquel niño que recuerda a sus lombrices como su posesión más querida y profunda, me he asombrado nuevamente. Porque nació en Matanzas. ¿Cómo alguien que salva vidas puede venir de esas Matanzas? Pues usted lo hizo el 30 de septiembre de 1880. Esa semana es buena, tranquila, sin muchas enfermérides, sin sobresaltos ni nada que nos la eche a perder, así que imagino tuvo tiempo de ser niño. Por lo menos una semana, que eso luego se nota. Lo digo porque hay semanas muy marcadas. Las semanas, como algunos hombres, cuando quieren sobresalir, le desgracian la vida a la gente.

Luego estudió —no digo yo, si había nacido en esa semana maravillosa y le faltaba muchísimo tiempo para fallecer— en el colegio El Siglo, que es otro buen augurio. Más tarde se graduó y ya la ciudad le quedaba chiquita por muy Atenas que fuera. Por eso, en 1895, se fue a La Habana, y vino a hacerse médico, con catorce premios y todo, en 1901, abriendo el otro siglo. Así que puede decirse que usted tuvo dos siglos para estudiar y prepararse.

Me alegra lo bien que pudo completar su formación. No hay nada peor que un pediatra mal formado. Durante toda la carrera fue un laborioso alumno ayudante disector anatómico en 1887, ayudante en medicina y toxicología en el 99 y ayudante en la cátedra de fisiología en 1900. He de aclarar aquí que la fisiología es la parte material de la filosofía. Mientras que los filósofos se ocupan de las ideas, los fisiólogos se encargan de que el resto funcione bien. Y no se les olvida una cara. Todos suelen ser buenos fisionomistas.

Con tanto tesón, empeñado en no regresar a Matanzas, habiendo diseccionado y toxicologado a Malanga y el puesto de viandas, le declararon alumno eminente, más por sus estudios que por andar comiendo de lo que pica el pollo en reuniones, núcleos, manifestaciones, marchas, actos de apoyo y todas esos deportes opcionales. Por eso fue el primer cubano en ganarse una beca en el extranjero. Comenzaron con usted unos años de becas gordas para el país.

En su época se podía ser médico con bastante tranquilidad, sin pensar que en cualquier momento lo iban a mandar a uno para Venezuela, o Zimbawe, o Burkina Fasso, o Gabón, o Guárdame el Piojohijamía, en casa de las quimbambas; lugares donde realmente yo no pondría un bonito consultorio, con cómodos butacones rubios y una enfermera roja y zalamera. Enfermos hay, pero no son los que uno soñó. Y de lombrices, para qué hablar, si se podrían exportar. Con la beca obtenida usted no le pasó ni rozando a una zona de esas, que sospecho aún no se habían inventado; y si existían, no había llegado ninguno de sus habitantes con la solicitud de ponerla en el mapa.

1. Inicio
2. Viajó becado...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Bajo presión
ENRISCO, Buenavista
Carta a José Silverio Jorrín
RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
Carta a los Vegueros de la Rebelión
RFL, Barcelona
Yo soy un hombre apolítico (de donde crecen raquíticos)
ENRISCO, Nueva Jersey
Carta a Roderico Neyra (II)
RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
Carta a Roderico Neyra (I)
RFL, Barcelona
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir