Antecesor, metafórico y adelantado Fray Alonso Gregorio de Escobedo:

Ahora resulta que usted entró primero en el panorama literario cubano. Claro, como que era de afuera. ¿A dónde vamos a llegar con esa manía? Nosotros tan tranquilos, detenidos en lo silvestre que era Silvestre de Balboa y Troya de Quesada, y de pronto se apea un clérigo franciscano, con su olor a fino de Sevilla, y nos chapea lo ya sabido. Si hasta mi abuela lo decía: Escobedo nuevo barre bien. Y al pobre Silvestre, que lo zurzan. Aquí se va a armar Troya, y de Quesada nada menos.

La noticia me desniveló el nivel metafórico, como una inyección de insulina. Se me armó un tropelaje interior, un quítamelacuritaquenosangro, con jipío incluido, que no se lo deseo a nadie. Mas, siempre se impone la curiosidad. Que de pronto hallaran un largo poema de tema cubano, escrito presumiblemente en mi desventurada isla muchos años antes del que narra el rescate del obispo Cabezas de Altamirano en las playas de mi pueblo natal —que él mismo describió con estas vibrantes y premonitorias palabras: Que nuestra Troya es hoy el Bayamo—, me echa a perder mi nacionalismo incipiente. ¿Perdí con usted playas y primicia? ¿Es arena de otro costal? Bien. Con el pulso temblando y la lira convertida en lirón, asumí la amarga rotundidad del hallazgo preguntándome: ¿ahora qué hazgo?

Mi primera sorpresa —más allá de que su larguísimo poema me cayera de fray— fue constatar el título elegido: La Florida. ¡Dios! ¿Así que desde entonces la poética cubana está vinculada con ese cercano territorio? Si en el gentil y versificado mamotreto habla de su estancia en Baracoa —a la que denomina La Dorada— y luego de su viaje a La Habana, ¿por qué el resultado de su turismo recibió el otro título? Será que habla de cosas idas. Cosas que en la Isla son ya pasadas, pero que si se da una vuelta por esa Florida de su poema se las encuentra gozando de buena salud. Gozando de todas las saludes.

Todo indica que usted soltó su abultada inspiración entre el 1598 y el 1600. Tal vez pasó dos años redactando esos 21.000 versos en octavas, o tenía usted la paciencia y el almacenamiento de aire requerido para una inspiración tan sostenida. Tanta octava, una encima de otra, me lo hacen uno de los mayores Octavios conocidos. Qué brazo, Dios mío, una proeza que me deja, como ya le dije, desarmado.

Mire que me divertía yo con ese Espejo de paciencia, del canario Silvestre que se radicó en Puerto Príncipe. Algunos toletes de la cultura pensaban que, como el impresionante negro Salvador Golomón ajusticiaba al temible pirata Girón, era la primera y más sonada de nuestras gestas libertarias. Así, en sus calcáreas mentes, relacionaban la Victoria de Girón con el hecho. No me extraña. Esos mismos totomoyos piensan que el cubismo es una corriente pictórica surgida en la Isla.

Pero vayamos a esa florida obra suya que tituló La Florida —como cuenta todo un recorrido, no puedo quitarme de la cabeza ese armonioso y poético estribillo que dice: "Vertientes, Camagüey, Florida y Morón". Lo de morón es por el pueblo, no le insulto a usted—, que es más abarcador de lo que se puede pensar, y mientras más leo, menos capricornio, y más se troca mi testa. Según he averiguado —en esta vida cederista se sabe todo— su vida cambió en el año de 1587, cuando acompañó al fraile Alonso de Reinoso, junto con otros once coleguitas, frailes de su orden, al Nuevo Mundo.