www.cubaencuentro.com Jueves, 14 de abril de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a los Zapaticos de Rosa
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Confieso que a mí esa poesía siempre me provocó risas. Lástima que en Bayamo no hubiera, en esa época tan conmocionada, algún psiquiatra argentino, que son de lo mejorcito que nos ofrece el mundo de lengua hispana. Mi futuro hubiera sufrido otros descalzamientos, otras calzadas para andar, y una psiquis más Camper, Panama Jack, tal vez ligeramente Kikers, y no aquellos Amadeos de fabricación nacional —que fue el sueño dorado de los cubanos en prosperidad subvencionada—, que a mí jamás me quedaron cómodos, quizá porque su hechura tenía algo de vaca hermética, estalinista, corseteada a la cañona, y no podía Roldán con ellos.

En primer lugar, la historia que se cuenta es digna de culebrón venezolano, y no por llanero. Los personajes son vívidos, exagerados, casi caricaturescos. Y el tratamiento es tan ñoño que a mí me brincaba el estómago y se alborotaban mis oxiuros. Lo más probable es que, además, tuviera yo arraigado un inexplicable trauma con el aro, el balde y la paleta; sumo a mi irrespetuoso comportamiento la facilidad de símil que siempre tuve, con un añadido crecimiento tropológico.

Para decirlo en cristiano, me reventaba la madre hermosa, lo de que el padre le dijera a la niña "vaya mi pájaro preso", que sonaba a licencia extrapenal, y la imagen de aquella Magdalena, tan mala, que enterraba en la arena a la muñeca sin brazos, que tal vez era mártir de alguna lucha insurreccional en una juguetería. Por añadidura, me resultó siempre muy contradictorio que nuestro Apóstol, el Jóse de toda la vida, habiendo escrito eso tan lindo de "no me pongan en lo oscuro/ a morir como un traidor", hubiera condenado a la chiquita menesterosa, y para colmo enferma, a dormir en un cuarto en absoluta penumbra, como si estuviera censada en Palatino o La Timba, que a lo mejor la pobre lo que estaba era encabritada con el mundo a donde la habían traído, o intoxicada por el olor del keroseno.

Pero lo que más me empingorotaba y sublevaba, la idea más malsana para mi imaginación chamaquil y salgarinesca era, confieso por vez primera en esta diatriba contra ustedes, la idea del desprendimiento hipócrita de la Pilarica rica, que entregaba sus caras y rosaditas pantuflas con una expresión que iba a hacer crisis en mi mente pueblerina, y que aún hoy me persigue. No soporto la estampa sonora con la que la niña se despoja de sus zapatones diciéndole a la otra infeliz: "¡Oh toma, toma los míos:/ yo tengo más en mi casa!", haciéndose la Van Van.

Doy gracias a dioses y profetas, a ídolos e idolillos, a deidades y divinidades, y en fin, a cualquier dirigente celestial o Sursum Corda —no confundir con el fotógrafo— que me aliviaran, eximieran y contuvieran de imitar el gesto malsano de entregar mis calcorros escolares, porque en mi casa no había más en reserva, y eran, así, descoloridos y anémicos, boludos y escoriados, los unicornios casi azules para que Bayamo se deslizara bajo mi curiosa inocencia.

A partir de ese poemita inocente, el tema de que los indígenas habitantes de la otrora isla Juana nos preocupáramos más por el remate de las piernas que por la materia gris, se convirtió en obsesión. Para colmo, el payaso Paniagua comenzó a jugar con candela a nivel internacional, y de repente el universo se terminaba en Mayajigua, así que de allá afuera no llegaban ni mocasines donados por los últimos sioux oglalas, y nuestras vacas empezaron a tener el pellejo más triste que se ha visto en la historia bovina, así que el pueblo, prisionero a su presar, tuvo que rebobinar.

No olvidemos que en materia de zapatos, la primera seudo literatura que nos entra por las guataquitas impúberes es aquel sonsonete falaz que reza: "Los zapaticos me aprietan,/ las medias me dan calor/ y el besito que me distesssss/ lo guardo en el corazón", que también obligan a repetir, como si fuera la monda, al párvulo más pintado, y que resulta, si lo miramos desde la perspectiva ideológica del enrejado mental de Paniagua, la única leve e inocente protesta permitida.

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