www.cubaencuentro.com Jueves, 14 de abril de 2005

 
Parte 3/3
 
Carta a los Zapaticos de Rosa
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Más tarde nos atropellan musicalmente, en pleno crecimiento muscular, con perlas de tu boca centradas en los calcañales de indígena, como esa que dice, incitándonos al lujurioso deporte del brinco patriota: "Taconéalo, taconéalo, taconéalo como puedas", y se nos vuelve a insultar recordándonos, para desgracia peletera y puñetera que "Los zapatos de Manacho, son de tacón, de tacón", o "Zapato de dos tonos, negro bembón…", o "camina como Chencha la gamba", que tal vez llegó a ese estado ortopédico por la deplorable hechura de sus calzas, y que tenía además, la culpabilidad moral de no poder ser caritativa, diciéndole a nadie que tomara los suyos, que tenía más en su casa, porque la iban a mandar al carajo por insolente o comegofio.

El remate pedicuro lo ponían Paniagua y sus compinches, al no dejar de machacar con la interpretación de la honestidad y el valor, atributos etéreos que precisan ser demostrados dando siempre "un paso al frente", para que nos esperara, ya con las plantas descuajeringadas y sin clorofila, la marcha de los 62 kilómetros como suprema prueba de lealtad visceral e ideológica.

Quizá por todo eso, y a pesar de que he intentado caminar con pies de plomo, tuve hace poco un sueño muy angustioso. No puedo precisar si era yo exactamente "Alberto, el militar que salió en la procesión", porque mis procesiones han ido siempre por dentro, pero aparecía Pilar, que se convertía, así, insospechadamente, en "Nemesia, flor carbonera, nació con los pies descalzos". Yo intentaba escapar de algo terrible, que se parecía demasiado a "la barranca de todos".

La ingenua ninfa dejaba sobre la arena un zapato de cristal, transfigurada en Cenicienta, y aparecía un príncipe, que no era ni tan azul ni alteza real, sino un valeroso agente infiltrado intentando evitar mi fuga. Pilar, transformada de modo también inexplicable en Dorita Calcaño, preguntaba inocente: "¡Di, mamá!/ ¿Tú sabes qué cosa es reina?". Yo intentaba decirle que era una calle que estaba hecha un desastre cuando me agarraban por los pieses dos policías disfrazados de gonococos, pretendiendo guardarme en un cristal junto a aquellos picúos zapaticos de rosa.

Entonces me daba cuenta que la mariposa era un coronel de la Seguridad del Estado, que se esfumaba en el aire y aparecía el rostro de Paniagua metido en una olla arrocera. Me di cuenta de que, en la playa, "se vio sacar los pañuelos/ a una rusa y a una inglesa", que como eran extranjeras no tenían por qué escoger entre pañuelos y blúmers en la libreta de productos industriales. Ahí mismito, el bote de Alberto, el militar, se llenaba de gente, y estaba a punto de naufragar, cuando pasaba corriendo Nemesia, flor carbonera, rompiendo las piedras con las piedras de sus callos, perseguida por el payaso Paniagua, con su olla de represión a cuestas, y se me acercaba repentino y repentista, confundiéndome con el canciller de España, abriendo sus manos repletas de mercenarios del imperio, gritando mientras intentaba que la dentadura no se le cayera: "¡Oh, toma, toma los míos:/ yo tengo más en mi casa!".

Por suerte me desperté en ese momento, y tenía un par de apaches de reserva para los malos tiempos, estaba en Barcelona, la vecina de abajo mugía plácidamente dentro de su cuero, y amanecía normalmente.

Con tacones lejanos,

Ramón

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