www.cubaencuentro.com Jueves, 14 de abril de 2005

 
Parte 2/3
 
Carta a la Croqueta Lunajod
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

No abrumaré a los criollos que lean esto sin que se les nuble la vista. Muchas nubles grises y negras han pasado y eso es pasado. Solamente apuntaría que Bismarck también se entusiasmó con la idea, y encargó a Zeppelín que las llenara de aire. La croqueta tuvo numerosos usos durante la primera guerra mundial. En la Segunda fue de uso casi exclusivo de la GESTAPO. En el gheto de Varsovia les servía para detectar judíos.

Luego de ser prohibida por la Convención de Ginebra, pasó a ser utilizada de manera pacífica, a pesar de dos casos escandalosísimos: en 1952, el legionario Melitón Remírez capturó a doce moros en el Sahara en acción prácticamente suicida. No hirió a los enemigos, pero hay que ver cómo los atontó. Tres meses después, cinco de sus prisioneros abjuraron de Alá y se hicieron budistas. Uno de ellos terminó agnóstico y crítico de arte. El más viejo, en cambio, se dio a la bebida y a la venta de enciclopedias, y militó en el Partido Nihilista de Marraquesh. Era lógico. Una croqueta inventada al calor del vodka, mezclado más tarde con ginebra en una convención, era un cóctel que le nublaba la cabeza a cualquiera.

También fue usada, con otras hechuras y sabores, en Rumania y China. El tristemente célebre Nicolae Ceaucescu hizo experimentos con una croqueta de un calibre superior, intentando neutralizar a la oposición basándose en el mito de la estaca de madera para eliminar vampiros. En China la explotaron casi con los mismos fines, pero con más discreción. Ultimaban a ciertos prisioneros con ella en el mal llamado "tiro de gracia". Es el más cercano antecedente de lo que más tarde en Cuba se conoció con el nombre de "croqueta mental", pues se instalaba en el cerebro. Curiosamente, no toda la madera que se lleva al cerebro vuelve a florecer. Científicos hawaianos han comprobado que se suelen desgraciar los dos materiales. Un dirigente del PCC de Pinar del Río desmiente tal conclusión. Siguió haciendo su trabajo —mal, como siempre— con un árbol de guayabo que salía de su cráneo.

¿Cómo llegó la croqueta de masa coheteril a nuestras tierras? Presumo que fue durante la crisis de los misiles, cuando algún tarado que trabajaba en el INIT copió los armatostes que instaló Nikita Krushev en la Isla, como un modo simpático de agasajo y homenaje. Pero el investigador H. Zumbado, que ha entregado tiempo, obra y paladar al tema, indica en el segundo tomo de su ilustrado monográfico La quijá de abajo, dedicado a las costumbres gastronómicas del país, que fue un antiguo hombre de Panfilov quien llevó la receta original a Cuba, en su misión como técnico extranjero.

Hemos comprobado esa afirmación y parece ser cierto que Ignatiev Boronishev pudo ser el portador de la idea, que enseñó a cocineros cubanos de los más depravados del sector. No me sorprende, pues Ignatiev llegó a la Isla en 1960 para desarrollar la alimentación del ganado. Cuando se fue en 1965 el ganado estaba perdido.

Bordeada y cincelada —sinopteada, diría yo con nuevo vocablo de venablo (por cierto, las croquetas de venablo han de ser deliciosas. Se me ocurre fundar la marca Bambi)— sintéticamente tu historia, pasemos a ser objetivos, científicos y exactos.

Descripción del objeto: Objeto cilíndrico y alargado, de no más de dos pulgadas de largo por una de ancho —cuando sobrepasa las dos pulgadas no es ya una croqueta, sino una porra de policía—, elaborado con una masa amorfa y combatiente, de inmensos poderes adhesivos, rebosada y enharinada. Su sabor depende de múltiples condiciones, aunque el más característico es precisamente el de una porra de policía.

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