Características o caraterítica: ojeto maticable no idintificado, provisto de una carne —por decir algo— o goma o componente con componenda, que al ser mordido se agarra con pies y manos, o con su intríngulis, al cielo de la boca, a las teclas del piano de la marímbula superior y no cede. Obstinado. Perdurable. Posee las habilidades de una oruga al enquistarse, o de una pierna con rotweiler por fuera. No suelta ni deja que lo suelten.

Elabornación: La croqueta Lunajod original lleva revestidura de aserrín de abedul, aunque puede sustituirse por el de fresno de Krasnodar. En Cuba, el ejemplar más apetitoso, marcado por las normas de Gastronomía, ha de empanizarse con aserrín de cedro de Mayarí. El de casuarina es considerado nocivo. Para freírlo se recomienda el aceite de camión Gaz soviético, aunque se ha experimentado también con el de moto Ural e, incluso, con líquido de freno de grúa Kato.

Usos: Para cualquier cosa menos para alimentación humana. Desde calzar una mesa defectuosa hasta separador de librero. En un sex shop de la Plaza Wenceslao, de Praga, un compatriota ha tenido éxito vendiéndolas en grupos de a cinco, como sucedáneos de placer. Por otra parte, en los años sesenta, durante la efervescencia revolucionaria, cuando Cuba exportaba la insurgencia al continente americano, la croqueta Lunajod sirvió para la calificación y preparación de futuros guerrilleros. Aquel que pasara la prueba, logrando tragar más de diez, estaba listo para la lucha en la selva. Ya lo dijo el sagrado libro: "El que no traga se ahoga", Adefesios 5-13.

Uso médico: Han sido tratados pacientes con mal de Parkinson, y disfunciones sexuales. En Viena curó milagrosamente a un linotipista que violaba a su perro los viernes. Y un acróbata japonés se libró de su epilepsia hereditaria.

Uso deportivo: El INDER recomienda el uso de este artilugio para deportes de equipo como el taco y la quimbumbia.

Usos varios: Para pegar bustos de yeso. Para tacos de pared. Como plantilla de pies planos. Para hermosos sonajeros. Para adornar el árbol de navidad. Como señalizadores de tránsito y clavos de ataúd.

El cubano estuvo a punto de extinguirse durante las décadas del setenta y ochenta, víctima del croquetazo en el cielo de la boca. Y si no sucedió fue porque otro genio inventó el sirope de fresa, que funcionaba perfectamente como desatascador de quijadas. Había que ver cómo se le hinchaban las venas del cuello cuando mordía un ejemplar de croqueta cósmica, y cómo los ojos iniciaban navegación fuera de las órbitas. Creo que nuestro pueblo mostró en esos momentos su carácter heroico, su tesón y su disposición para vencer caries y pegajosidades.

Es muy raro, rarísimo, que ahora, cuando Nitzo Villapolla —el Canalla de la Olla— anda con su catauro de recetas cubanas bajo el brazo, no haya echado mano de la viril croqueta. Sobre todo porque él ha anunciado revival ideológico más allá del fogón. ¿Y qué puede ser más marxista que una buena croqueta Lunajod, con esa masa llena de constancia, que ni se desplaza, ni se destruye, ni se transforma?

Y no me extraña que haya sequía, cruda y duradera, en la Isla. Dios, desde allá arriba, en el control de mandos, mirará el largo lagarto verde y le dirá a San Pedro: "¿Ahí no era donde se tragaban unas espantosas croquetas sin líquido que las bajara? Entonces aprendieron, ¿para qué malgastar el agüita en esa gente, verdad?".

Lo doloroso es que tendrá razón. ¿Para qué va a llover, si el cubano, en cuarenta y seis años aprendió a que le pasara de todo y sigue tragando en seco? Eso lo sabe bien el cocinero collandante.

Con un cacho de croqueta en una muela,

Ramón