www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 2/3
 
La guerra de las precedencias
Un círculo vicioso de acciones y reacciones. Israelíes y palestinos hacen naufragar la Hoja de Ruta, mientras la ocupación parece eterna.
por LáZARO MONTES, Roma
 

Si es cierto que desmantelar a los grupos extremistas está para muchos en el centro de la paz, ello dejaría a los palestinos totalmente indefensos frente a las acciones de un primer ministro como Ariel Sharon, cuyo expediente de agresiones y crímenes —contra los palestinos y otros pueblos árabes—, llena un grueso expediente. Recuérdese que se le reconoce como uno de los autores de la matanza en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, en septiembre de 1982, donde se calcula murieron dos mil personas, entre ellas mujeres, niños y ancianos, una cifra que poco envidia al número de asesinados en las Torres Gemelas.

Un observador objetivo llegará a la conclusión de que desarmar a los grupos extremistas —si fuera posible— significa para los palestinos perder su único medio de presión en la mesa del diálogo; significa quedar sin el poderío mínimo para que cualquier tratativa tenga sus aspiraciones primordiales realmente en cuenta. Sin los radicales, se asistiría al lamentable espectáculo de la negociación entre un león y un conejo. Así, no hay camino a la paz que no sea con la presencia de esos comandos en territorio palestino.

El superobjetivo residirá entonces en que silencien sus armas, en que cesen los atentados —al mismo tiempo que las acciones de su enemigo—, y no en reprimirlos o en hacerlos desaparecer. Esto último es, por el momento, una quimera ajena a la práctica y el ansia de los palestinos, sea cual fuere el primer ministro y mantenga relaciones cordiales o tumultuosas con el presidente de la Autoridad Nacional.

Y será así, porque aquí late el corazón del problema. Esta es la causa por la que Arafat, que especificó recientemente sus gestiones con grupos armados en pro de una nueva tregua, reiteró que no emprendería acciones para desmantelar los grupos de resistencia extrema, a pesar de la creciente presión de parte de Estados Unidos e Israel en ese sentido. No en la actuación, sino en su presencia, palpita el futuro de los palestinos, el arma que evitará que Israel imponga un acuerdo que borre las más caras reivindicaciones del pueblo que en 1948 vio destruida su sociedad. El mismo pueblo que vio rotas sus esperanzas con una ocupación que se prolonga trágicamente hasta hoy, llamada por algunos, con evidente ambigüedad, el pecado original israelí.

El conflicto en el Medio Oriente, que ha mantenido en vilo a la comunidad internacional en las últimas décadas, es en muchos sentidos lo que el famoso pensador Edward Said llama —y cita al narrador Joseph Conrad— algo "creado", interpretado por el poder, la hegemonía y el imperio.

Incalculable es la cifra de ciudadanos que en Estados Unidos y en el mundo que lidera la globalización, homogenizan a radicales palestinos con otros sectores en el orbe árabe. Todos son fanáticos, todos antisemitas, todos irracionalmente antinorteamericanos, cuyos líderes inculcan estas ideas a generaciones inacabables. Resulta curioso, a propósito, que el historiador Paul Johnson, admirador de la historia, la cultura y el devenir en general del pueblo hebreo, deje entrever que el terrorismo actual no es más que una copia mejorada de la herramienta que utilizaron antaño los israelíes contra la dominación británica. La imagen de los católicos irlandeses, que contaron con sectores de luchadores radicales, terroristas por siglos contra la bota británica en su isla, no se confunde, no se convierte en un estereotipo generalizado.

¿Es un dislate calificar de sesgada la mirada sobre la tragedia en el Medio Oriente cuando existe una entidad democrática y fundada hace poco más de un año (la Iniciativa Nacional Independiente), opuesta tanto a Arafat como a lo radicales, pero a la que ni Tel Aviv ni Washington han prestado atención? ¿Será, como dice Said, que se busca un interlocutor complaciente que no origine problemas?

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