Es un problema de percepción. Un sentimiento que ha comenzado a extenderse por el país. Una visión y un estado emocional que cobran fuerza. Y aquí empiezan los problemas de George W. Bush, que busca la reelección. Por vez primera desde que resultó designado a la presidencia, no es capaz de convencer.

Hay dos aspectos del conflicto iraquí que preocupan a los electores. Uno tiene que ver con el panorama surgido tras el derrocamiento de Husein. La situación de inseguridad —que se traduce en soldados norteamericanos muertos y heridos—, el enorme costo del mantenimiento de las tropas de ocupación y la difícil reconstrucción del país.

A una victoria rápida ha seguido el descalabro de la paz. Como ocurre siempre, destruir es más fácil que edificar. Lo que se cuestiona es el apresuramiento de lanzarse a un conflicto sin tomar en consideración las consecuencias del triunfo. Nadie se preguntó si Estados Unidos resultaría victorioso en la batalla. Lo que el gobierno de Bush debió prever fue el precio de ganar, porque se daba por descontado que no iba a perder.

Es injusto echarle toda la culpa a los republicanos. Los políticos y legisladores demócratas son también responsables. Si ahora buscan sacar ganancias de un error —del que muchos de ellos fueron cómplices— es porque la política es un ejercicio que prescinde de la moral. En este sentido, hay que reconocerle al senador Graham, que fue uno de los pocos aspirantes presidenciales que votó en contra de la resolución favorable a la guerra, aprobada el otoño pasado.

Los que ven ahora con temor el futuro fueron, en gran parte, los que apoyaron la guerra. Muchos no lo hicieron inspirados por los sufrimientos del pueblo iraquí, sino guiados por lo que consideraron un afán de justicia, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. La lucha contra el terrorismo tiene el apoyo unánime de la ciudadanía norteamericana. Y el presidente llevó a este país a la guerra invocando la lucha contra el terrorismo. Este punto hace especialmente vulnerable la posición de Bush. ¿Está más segura la nación luego de la invasión de Irak?

El segundo aspecto que ha comenzado a preocupar a los norteamericanos es que la victoria sobre Husein no ha hecho mucho para aliviar la amenaza terrorista. Se puede aventurar que todo lo contrario. Esto, a la larga, puede resultar definitorio. La captura o muerte del ex dictador iraquí, el hallazgo de armas de exterminio masivo o la participación —más o menos limitada— de Naciones Unidas en la región pueden favorecer, en cualquier momento, al desarrollo de los planes del gobierno de Bush. Pero estos hechos —en caso de que se produzcan— no cambiarán una realidad cada vez más evidente: el error estratégico de desviar cuantiosos recursos de la lucha contra el terrorismo en una guerra con objetivos políticos y económicos ajenos a la seguridad nacional.

A estas alturas, parece muy poco probable que Husein dispusiera de armas de exterminio masivo listas para lanzarlas contra Estados Unidos, o de que su programa bélico contara con la capacidad para lograr esta meta en un plazo relativamente corto. ¿Y no fue precisamente eso lo que dijeron los gobernantes de los países que llevaron a cabo la invasión? La respuesta a esta pregunta sigue pendiente, tanto en Gran Bretaña y España como en este país. Y ni Bush, Blair o Aznar parecen preocupados en responderla.