www.cubaencuentro.com Jueves, 05 de febrero de 2004

 
  Parte 1/4
 
La noche en que triunfó la Constitución
Quince años después del plebiscito que expulsó del poder a Pinochet, la historia confirma que el entorno de los dictadores no es ni tan monolítico ni tan colegiado.
por ANTONIO SáNCHEZ GARCíA, Caracas
 

Dos fuerzas chocaron de frente en el interior de la Junta de Gobierno de Chile la noche del 5 de octubre de 1988, cuando culminó el proceso plebiscitario que debía decidir si Augusto Pinochet Ugarte continuaba por otros ocho años en el cargo de jefe de Gobierno, o si se cerraba un período de la historia chilena y se iba a elecciones presidenciales un año después. Una de ellas la presidía el propio general Pinochet, decidido a permanecer en el cargo de presidente de la Junta a cualquier precio. La otra la constituían los restantes miembros: generales Matthei, de Aviación; Stange, de Carabineros; y el almirante Merino, de la Armada.

Augusto Pinochet
Chile: 'Hasta mañana, General'.

El enfrentamiento entre el general Pinochet y los restantes miembros de la Junta de Gobierno —de carácter estrictamente decorativo desde el mismo 11 de septiembre de 1973, cuando el jefe del Ejército decidiera poner el peso determinante de su arma en la aniquilación de la democracia al asumir de facto el poder absoluto y en solitario del país—, fue una realidad latente durante los primeros 10 años de gobierno dictatorial. Con una única y grave crisis que explotase y se resolviese en 1978 con la derrota del comandante en jefe de la Aviación, General Gustavo Leigh, y el fortalecimiento del poder absoluto de Augusto Pinochet.

Sin embargo, cuando se superó dicha crisis, una mayor se fue configurando, primero de manera larvada, y luego abiertamente, desde el momento mismo en que el país recuperase su estabilidad, fortaleciera su economía y diera paso a las primeras expresiones de protesta pacífica, masiva y sistemática de la sociedad chilena, a mediados de los años ochenta.

Definitorio en ese distanciamiento progresivo de Matthei, Stange y Merino frente al general Pinochet —quien en un rasgo de bonapartismo sin precedentes en la historia militar chilena se autodesignara Capitán General, un cargo inexistente en la tradición del país, pero que lo situaba por sobre sus pares en condiciones de hegemonía absoluta—, fue el desarrollo de tácticas pacíficas y democráticas por parte de una oposición que buscaba desesperadamente superar sus antagonismos y configurar una alianza estratégica de concertación para enfrentar la tiranía.

Aunque la imagen del gobierno recibida desde el exterior por la civilidad era la de un cuerpo colegiado y compacto, en los hechos una fisura profunda e insalvable se había ido conformando entre los restantes miembros de la Junta y Pinochet. Aquellos apostaban, fundamentalmente, por el cumplimiento del programa de estabilización y modernización del país y por el respeto irrestricto de la Constitución, una vez alcanzadas esas metas. En cambio, Pinochet apostaba por la imposición de su desmesurada ambición de poder.

De hecho, Pinochet había jugado a las cartas extremas: o él o el retorno al caos. Utilizó como pretexto, durante los primeros años de la década de los ochenta, las acciones terroristas llevadas a cabo por la extrema izquierda chilena, representada por el Partido Comunista. Como se sabe, esa organización estaba manipulada políticamente por Fidel Castro, gracias al puente entre Gladys Marín, su secretaria general, y Martha Harnecker, una socióloga chilena asilada en Cuba y casada con el comandante Piñeiro (Barbarroja), entonces jefe del Departamento América del Comité Central del PCC.

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