www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 2/2
 
Ideología de la miseria, miseria de ideología
Castro y la tragedia de España. Cero humildad, mucho oportunismo.
por ANA JULIA FAYA, Ottawa
 

El sábado siguiente a la catástrofe española, el periódico oficial Granma impreso —el que circula entre la población de la Isla— fue uno de los pocos en el mundo que no publicó en su primera plana algo referido a las explosiones de Madrid y a las manifestaciones populares condenando el hecho. Sólo la edición digital —la de "exportación"— incluía una referencia al tema.

En la misa que ofició el cardenal Jaime Ortega en la Catedral de La Habana por las víctimas de la tragedia, quedaron vacíos los espacios asignados al gobierno cubano. Se hizo evidente la ausencia de funcionarios cubanos, salvo uno de ellos, en la Embajada española para expresar sus sentimientos de condolencia. Sin embargo, la noticia del triunfo del PSOE en los comicios, en un hecho sin precedentes, fue dada a conocer por las estaciones de televisión y radio cubanas interrumpiendo sus trasmisiones habituales de forma repetida. No es esto precisamente lo que se espera de un líder mundial de la izquierda.

A esa hora no había que dictarle pautas al pueblo español, no había que demostrar júbilo, sino brindarle compasión por sus decenas de muertos y centenares de heridos. Las declaraciones de Fidel Castro respecto al gobierno de Aznar eran adecuadas para un español perteneciente a la oposición, pero no para un jefe de Estado extranjero. Su contenido era una clara injerencia en los asuntos internos de otro Estado, en un momento sumamente delicado y sensible no sólo para ese gobierno sino para ese pueblo.

En marzo de 1960, Cuba no hubiera tolerado que un jefe de Estado extranjero hubiera desmentido la acusación que se hiciera a la CIA por la explosión del vapor La Coubre, al día siguiente de los hechos, cuando no se había realizado una mínima investigación. Hoy tampoco se admitiría algo similar.

Más aún, los medios en la Isla no se han referido siquiera a la muerte de un joven cubano residente en España, víctima de la tragedia. En los cintillos de la prensa colombiana o canadiense ha sido asunto de primera plana el hallazgo de cadáveres de ciudadanos de esos países entre la chatarra de los trenes de Madrid. En contraste con las acciones de todos aquellos embajadores en la capital española, cuyos conciudadanos resultaron muertos o heridos, fue la vicecónsul de la Isla en Madrid —de acuerdo con reportes de prensa— quien visitó a una cubana herida en un hospital, lo cual en términos diplomáticos significa cumplir apenas con requisitos inevitables, obligados por las normas internacionales. Pero, sucede que para el gobierno de La Habana los exiliados cubanos no son seres humanos que merezcan la solidaridad y compasión en medio de una tragedia.

Cuando un gobierno da pruebas de semejante desamor ha dejado de pertenecer a los que crean, fundan y aman. No pertenece a los que buscan cambios en aras del bienestar de los suyos, a los que propugnan un mañana con todos y para el bien de todos en este mundo.

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