Con el objetivo de viabilizar lo que ha dado en llamar "un refuerzo del poder central para optimizar la lucha contra el terrorismo", el político busca también, entre otras medidas, eliminar las postulaciones de los diputados independientes, que han demostrado su capacidad de presión en temas diversos.

Con esto bastaba para que la oposición, casi en pleno, lanzara una grita ensordecedora, y así fue. No ya los liberales, sino el secretario general del Partido Comunista, Oleg Kulikov, dijo que lo único que faltaba era que el jefe del Kremlin designara a los diputados. Este cuadro carga una ironía de la historia a la que no sólo los rusos se han acostumbrado en el mundo de la post Guerra Fría.

Si no pocos sospechan que Putin lo que intenta finalmente es extender su mandato más allá de 2008, el ex presidente Mijail Gorbachov calificó de necia su propuesta porque afecta la Constitución, y subrayó que limitar los derechos de los ciudadanos no es la vía para aplastar el terrorismo.

No puede negarse que más de un elemento de la reforma afecta la Carta Magna rusa, pero el ex coronel de la KGB soviética controla la mayoría en las dos Cámaras de la Duma, por lo cual —según analistas— antes de fin de año las medidas estarían aprobadas.

A la actividad del gobierno se suma en los días que corren la de la oposición, además de la de los sectores golpeados por el terrorismo y zonas de la intelectualidad comprometida con la democracia. Los líderes de las diferentes etnias se sienten humillados, indican comentaristas. La política rusa, siempre en hervores de hormiguero, parece hoy a punto de un incendio. ¿Podía ser de otra forma? Claro que no, debido a la trascendencia de lo que se ventila.

Un diputado independiente —esos cuya regeneración quisiera cercenar Putin— ha dicho que Rusia está retrocediendo hacia la Unión Soviética. Esto alcanza visos de certidumbre cuando se observan otros costados de la reforma. De acuerdo con el mandatario, los terroristas deben ser aniquilados en sus madrigueras y, si la situación lo requiere, en el extranjero.

La máxima autoridad del Kremlin parece soslayar aquí la legalidad internacional y la necesidad de contar con las entidades que la civilización ha interpuesto en representatividad, como la ONU. De mantener al toro por estas astas, Moscú se granjeará más de una fricción en el escenario mundial.

Planteos como el de Putin son muy mal acogidos después de la guerra en Irak, y sobre todo en medio de la inacabable postguerra en este país. Va a ser muy difícil a partir de ahora un ataque a otro Estado sin consultar los resortes de la ley y la negociación internacional. Rusia, por otra parte, no está en condiciones de enfrentar el repudio —y acaso sanciones— del mundo occidental.

¿Adónde van Rusia y sus ingentes complejidades? Para responder a esta pregunta hay que tener vocación de pitoniso. Pero una cosa es cierta. La reducción de la democracia y los derechos tan angustiosamente logrados no auguran precisamente momentos de paz y creación para los habitantes del inmenso territorio, más allá o más acá de las comarcas enrojecidas por el terrorismo.

Si fue el XX el siglo de la Rusia líder, oscura, ensangrentada y densa, el XXI debe ser el de la mesura, la transparencia, la negociación y el avance económico. Para engranar este privilegiado conjunto hay que restar influencia al legado imperial, mechado de absurdos dictatoriales. Hoy, como ayer, este es el gran peligro, una soberana amenaza para Rusia y sus vecinos, para Europa y el mundo.