En el sur, históricamente, bajo la iglesia ortodoxa y del yugo turco se ubicaban la comarca balcánica, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia, dominada por Serbia. Esta rea rural con fieros nacionalismos siempre estuvo bajo la dura bota extranjera: primero los turcos, después la Rusia zarista y la Alemania nazi, y finalmente el Ejército Rojo.
El otrora poderoso y multinacional imperio austrohúngaro, que desapareció en la Primera Guerra Mundial, fue sustituido por un conglomerado de Estados artificiales, como Checoslovaquia y Yugoslavia, que contenían poblaciones disparatadas y hostiles. En una época, partidos militantes y fuertes personalidades como la Yugoslavia de Tito, la Polonia de Wladislaw Gomulka y la Hungría de János Kádár, lograron mantener a raya el nacionalismo. Estados con unidad nacional pero centralizados férreamente, como Bulgaria, Albania, Rumania…, vieron minadas sus raíces de identidad nacional, alteradas sus composiciones étnicas y abandonada su conciencia histórica.
Una historia de las transiciones |
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Mientras en los comunismos norteños, los jefes de partidos eran personajes grises, escondidos tras la burocracia, los capos comunistas balcánicos, como el rumano Nicolás Ceaucescu, el yugoslavo Joseph Broz Tito y el búlgaro Teodor Yivkov, siguieron la línea tradicional del culto a la personalidad y las dictaduras de por vida. La diferencia entre los estalinistas húngaros (Matías Rakosi y Janos Kádár) y los estalinistas rumanos (George Georgiu-Dej y Nicolás Ceaucescu), era la diferencia entre los Habsburgos austrohúngaros y los turcos otomanos. Rakosi y Kádár podrían haber sido dictadores centroeuropeos, pero Georgiu-Dej y Ceaucescu eran déspotas orientales.
Condonando la brutalidad de los serbios y silenciando la ejercida por las otras facciones, el mundo reconoció prematuramente a las repúblicas que se iban formando, como Croacia, Eslovenia, Serbia (la federación de Serbia y Montenegro) y finalmente la musulmana Bosnia. Se transformó en conflagración internacional lo que arrancó como una cruenta guerra civil. Yugoslavia no siguió un camino lineal, sino que lo hizo de manera circular, retrocediendo hacia los comienzos y rehusándose a cruzar al futuro. El famoso poeta ruso Yevgeny Evstushenko apuntó que en los Balcanes la "historia retorna a la escena de su crimen".
Un futuro sin opciones
Lo cierto tras la descomposición del imperio soviético es que la región no fue incorporada a las uniones económicas o militares europeas, y comenzó a girar aceleradamente hacia Turquía, un actor silencioso pero decisivo en Medio Oriente, y cuya proyección sobre el Levante es tan imponente que resulta inexplicable su exclusión de los cónclaves de poder de Occidente que determinan la suerte del rea.
Por encima de las fronteras políticas, las alianzas y religiones diversas, el arco del Mediterráneo oriental vuelve a caminar hacia una unidad que la liga más con el resto del Medio Oriente que con París, Madrid o Londres. Europa occidental y Estados Unidos viven un espejismo respecto a esta área, a la cual han querido tratar como parte de Occidente. Nadie lo comprendió mejor que los emperadores romanos, los sultanes turcos y las actuales cancillerías del Vaticano, Tel Aviv y Estambul.
Esta área se vislumbra como el sismógrafo de la política mundial y de las luchas violentas por los recursos naturales en el siglo XXI. En estos países, el control vertical de la dictadura burocrática permanece más o menos en pie, y las libertades —si bien más prevalecientes que en años anteriores— no han echado del todo raíces.
Mucho del dilema balcánico descansa en lo que pretendan hacer Europa occidental y oriental, y la iglesia católica romana y la ortodoxa; en una frase: los enclaves de la antigua civilización europea oriental bizantina, rival de la católica Europa occidental. Lo que está en juego en la crisis balcánica es el destino de los Balcanes, el papel de la religión cristiana ortodoxa en el sudeste mediterráneo, que además de a Serbia, interesa a Grecia, Ucrania, Rusia, Armenia y Georgia.
Así, el complicado mapa político de la ex Yugoslavia enfrenta un futuro sin opciones y una guerra que ya ha costado 200.000 muertos y desaparecidos, y que dura años, o mejor dicho, siglos. |