www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 2/3
 
Los orígenes del cambio
Una historia de las transiciones: Estalinismo, intelectualidad y evolución democrática en Europa del Este.
por JUAN F. BENEMELIS, Miami
 

Para muchos intelectuales, la vida real de autonomía individual, el espacio posible de esperanza, se redujo al círculo familiar, a la esfera étnica (como el caso de los países bálticos) o a la religión, como en Polonia.

Con el monopolio de los medios masivos de comunicación, de las instituciones culturales y editoriales, la élite eliminó la libertad de creación intelectual y artística, e impidió la publicación de toda obra o cualquier expresión cultural que se distanciase un milímetro de la línea oficialista. Al coartar al productor y reprimir la expresión pública, desapareció la crítica abierta o la defensa pública contra los cargos hechos por la propaganda oficial. La arena pública en la cual, desde la Revolución Francesa, el ciudadano buscaba modificar la sociedad, se revelaba aquí como un vacío coliseo, saturado de retórica bombástica y carente de sentido.

La mayoría de los intelectuales comprendió que no había lugar para ellos en la élite. Aunque desistió de sus ambiciones políticas, y en su fuero interno rechazaba el monopolio del poder de la nueva clase, sin embargo llegó a un convenio cínico con el régimen.

Así, frustrados por la garra soviética en sus países, pero atentos al precio elevado que acarreaba la confrontación, muchos intelectuales simplemente abandonaron el campo político. Los pensadores de Europa del Este, se autojustificaron aislándose en la torre de marfil cultural y artística, bajo la creencia de que tal retirada implicaba una crítica virulenta contra un régimen que obligaba a la participación de todos en la vida pública, sin reparar en que para el Estado monopartidista cualquier zona que implicase la libertad de expresión rápidamente se transfiguraba en un hecho político.

El presidente checo Václav Havel se refirió a esta conformidad ante el control totalitario, en la que el deterioro moral no era exclusivo sólo de los gobernantes, sino de todos los integrantes de la sociedad checoslovaca, incluyendo a los distanciados intelectuales. Para Havel, los que crecieron acostumbrados al sistema totalitario y lo aceptaron como un hecho inmutable, en esencia actuaron en su favor, lo que convertía a la totalidad no sólo en la víctima sino también en la responsable.

En el terreno político, esta etapa inicial estuvo preñada por el absurdo de desenmascarar a los "espías titoístas" en todo el bloque soviético. El primer inculpado lo sería el canciller húngaro Lázló Rajk, un combatiente de la guerra civil española y líder del maquí húngaro. En un escandaloso proceso, y hecho un guiñapo por las torturas, Rajk se "confesó" culpable de los absurdos cargos de ser agente secreto de la CIA, sólo para ser fusilado minutos después. Rajk sería uno de los mártires que enarbolaría el levantamiento húngaro de 1956.

Acaso el proceso más infame fue el de Traicho Kostov, el comunista búlgaro detestado por Stalin. En Checoslovaquia se dieron las purgas más vastas en 1952, supervisadas por Anastas Mikoyan, y que concluyeron con el fusilamiento de Rudolf Slánsk, jefe del partido comunista, acusado de sionista.

Después del famoso discurso de Nikita Jruschov en el XX Congreso del PCUS denunciando los desmanes del estalinismo, para muchos comunistas aún esperanzados en la utopía se hizo evidente que el socialismo en construcción requería de un rostro más humano. El deshielo inicial que siguió a la muerte de Stalin produjo el octubre polaco y la revolución húngara de 1956, que, conjuntamente, definieron los límites de tolerancia soviética: la de un cierto comunismo nacional que nunca desafiase su hegemonía o al papel dirigente del partido comunista.

Desde la revolución húngara de los años cincuenta, hasta el aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968, la noción de renovación o cambio en el bloque soviético se centraba en las reformas concebidas por la élite comunista, y con el apoyo de la membresía de base. En la década de 1960 eran palpables la ruptura y el conflicto entre China y la Unión Soviética, la búsqueda rumana de una autonomía en política exterior, el aumento de la apertura yugoslava, y los aires de reforma en Checoslovaquia.

Las pugnas grupales dentro de los partidos comunistas de Europa del Este estaban centradas en la aceptación de la desestalinización o su rechazo, y es en esa dicotomía donde se enmarcó el experimento checo de la Primavera de Praga, y la represión en Varsovia de ese mismo año. Tales posiciones y criterios, sin embargo, fueron muy difíciles de preconizar luego de la invasión del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. La respuesta brutal de los soviéticos al intento de establecer un "humanismo socialista" sobrevino en ocasión del relajamiento entre los dos campos (comunista y capitalista), durante la Guerra Fría.

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