El georgiano Stalin es quien mejor ha personificado en la historia de Rusia esta influencia oriental, con su uso monumental del terror, la grandiosidad del culto a su personalidad y el uso de fuerza de trabajo cautiva para faraónicos proyectos de obras públicas. La naturaleza litúrgica de las diatribas estalinistas estaba, además, aderezada por la iglesia ortodoxa oriental.

Con la guerra en Afganistán, la geografía mesoriental de pronto se agrandó para el político no avezado, quien vería como actores a los países norteños islamizados, otrora ocupados por la Rusia zarista y por la Unión Soviética.

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El barniz islámico

Después de la faraónica, la dinastía otomana es la más estable de la historia, con un ejército cuyas raíces llegan hasta las legiones romanas. La civilización árabe entró en declive cuando se coronaba el primer milenio cristiano, y por eso los originarios turcos nómadas, los selyúcidas, aniquilaron los ejércitos bizantinos, y heredaron el califato de Bagdad y los kanatos mongoles. En realidad, sólo reemplazaron el barniz bizantino por el islámico cuando asumieron el manto de Mahoma. Sus sultanes eran meros emperadores bizantinos, y sus mezquitas, inclusive, copias del viejo estilo arquitectónico de las iglesias ortodoxas.

La gran diferencia del califato turco con el resto de los que fraguó el Islam es que Turquía fue una continuación directa del extraño engendro griego y bizantino. En este país la Pax Otománica igualmente marcó el maridaje entre las civilizaciones eurocristianas y las asiáticas, en medio de un entorno multiétnico y multicultural que albergaba los tres credos monoteístas.

La meseta de Anatolia —escenario de la guerra de Troya— siempre ha sido una tierra de tres pueblos y tres idiomas: el turco, el kurdo y el armenio. Los turcos, con asistencia de mercenarios kurdos, casi aniquilan a todos los armenios durante la Primera Guerra Mundial. Mientras Kemal Atatürk ignoró a los turcos allende el Cáucaso, en su intento de forzar a su país hacia Occidente y buscar allí los estándares culturales, Turgut Ozal se dedicó a liquidar el autoimpuesto aislamiento de su nación, y buscó proyectar un bloque de poder musulmán turco en los Balcanes y Asia Central. Esto, como dimensiones naturales de expansión económica y cultural, redescubriendo el pasado multinacional turco y rectificando el descuido trágico en la visión de Atatürk.

Así, después de 1989, la geografía clásica se restauró en los planos políticos y Turquía se reencontró de nuevo con los Balcanes en el oeste, y con sus primos turcos del este, en el Cáucaso y Asia Central. La Turquía de Estambul enlaza dos continentes en colisión: el europeo, ortodoxo greco-eslavo, y el turco, asiático; así como también a dos zonas climáticas: las friolentas planicies tártaras del Mar Negro y las corrientes cálidas del Mediterráneo.

Esta situación ayuda a explicar por qué en el mundo que fue marcado por el totalitarismo (del islamizado Creciente Fértil al comunismo de Europa Oriental), dos movimientos políticos: el fundamentalismo y el comunismo, florecieron en los antiguos dominios otomanos: desde Bosnia al Valle del Nilo, y desde Mesopotamia a Asia Central.