Al levantarse de manera drástica la protección del mercado interno, el resultado fue la invasión de una mercadería proveniente del exterior y más "competitiva", que barrió con muchos sectores productivos domésticos, en los que se generaba una franja de beneficios aceptables, aunque no competitivos con los precios internacionales. Por eso, el crecimiento de las exportaciones fue resultado de la aplicación de brutales desvalorizaciones monetarias, y de altos niveles de desempleo por la falta de un balance justo entre el comercio internacional y las producciones domésticas; de ahí que resultara irrisoria la anhelada inversión foránea.
Mientras el ex bloque soviético fue forzado por el FMI, el BM y la Unión Europea, a eliminar totalmente los subsidios a sus producciones, buscando rentabilidad y competitividad (como los productos agrícolas de Ucrania, Polonia, República Checa, Eslovaquia…), en el mercado internacional tuvo que rivalizar, irónicamente, con los géneros fuertemente subvencionados de la UE, y con áreas de elevadas tarifas proteccionistas, como el caso de Asia.
Poco tardó para que se reaccionara y se restablecieran ciertos grados de protección a las economías, en tanto los países menos proclives a la transición manipularon el desastre para congelar cualquier reforma en el comercio exterior.
Los ingredientes necesarios para el progreso, la competencia, la modernización y la prosperidad individual, incluyen la expansión de las exportaciones competitivas y la virtual eliminación del déficit comercial y de pagos.
La desregulación de los precios tenía como fin extirpar la inflación oculta que arrastraban los regímenes comunistas, y así permitir el libre juego del mercado. A su vez, se buscaría que los subsidios a las empresas no rentables, y los precios, se suplieran con la supuesta elevación de la productividad y la producción del sector privado por construir.
Pero estas no son las únicas palancas del progreso. Lejos de estimularse la producción con la liberación de los precios, especialmente en los renglones de materias primas, bienes duraderos y energía, aumentó de manera colosal la inflación —congénita al socialismo real—, lo cual desestabilizó el sistema monetario y hundió estas economías en la recesión. Las grandes dificultades que suponía disminuir el déficit corriente determinó que pasaran varios años para reducir las tasas de inflación.
Una historia de las transiciones |
|
|
|
Los países que iniciaron la transición no disponían de los mecanismos para controlar los desequilibrios macroeconómicos. Sus estadísticas tradicionales no eran fiables, la moneda era por demás inestable y los índices de precios estaban fijados y manipulados artificialmente por el Estado. Todo ello desató la inflación reprimida y el enorme déficit público.
Las draconianas limitaciones cambiarias, la desinflación, la hiperinflación de dos dígitos y el desmesurado aumento inicial de los precios han sido, a su vez, congénitos a todas las economías de transición, como ilustran los casos extremos de Albania y Bulgaria.
Etapa de reconsideración
Ya para los años 1993 y 1994, tiene lugar una preliminar contención de la velocidad y de las fórmulas de la transición económica, ante el desconcertante y brusco derrumbe de la producción, en especial, al constatarse que el desempleo y la depauperación eran endémicos.
La reconsideración se produjo cuando los costes sociales asociados a las reformas drásticas, y la erosión del aparato productivo, tenían asfixiadas a estas sociedades; cuando las fuerzas democráticas perdían terreno en todas las elecciones de los países en transición, y cuando los votantes comenzaron a inclinarse hacia los partidos de las viejas élites comunistas recicladas.
A pesar de que los peritos del FMI y del BM calificaban el quebranto económico como una herencia del comunismo, era una realidad que las nuevas estructuras del mercado, el desarrollo institucional y la iniciativa privada no habían arraigado. |