www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de marzo de 2003

 
  Parte 1/4
 
Schröder en la encrucijada
Alemania: hipersensibilidad semántica, debacle electoral socialdemócrata, pacifismo puro y guerra de Irak.
por JORGE A. POMAR, Colonia
 

A la hora de hacer peticiones a los dioses conviene evitar las ambigüedades. De lo contrario, puede pasarle a uno lo mismo que a aquel tullido del cuento que le rogó a la Virgen que le pusiera los dos brazos iguales y salió del santuario mariano con ambas extremidades engarrotadas para siempre. Similar suerte pueden correr quienes expresan a la ligera sus ansias de paz. Hace apenas un año un cómico alemán trajinaba a los socialistas democráticos (PDS) aclarándoles, puntero en mano ante las cámaras de la televisión, que su popular consigna antibelicista encerraba un contrasentido apocalíptico.
Canciller Schroder
Gerhard Schröder.
Semánticamente, demostró con evidente fruición, Kein Krieg nirgendwo (en español "Ninguna guerra en ninguna parte") significa todo lo contrario, o sea, Krieg überall ("Guerra en todas partes"). Por fortuna, los dioses no oyeron o desoyeron el equívoco eslogan.

La sensibilidad de los pacifistas alemanes se ha desplazado al campo semántico. El blanco favorito de la irritación lingüística nacional han sido las declaraciones del Secretario de Defensa de Estados Unidos Donald Rumsfeld. El primer agravio semántico rumsfeldiano fue provocado por la expresión "vieja Europa", aplicada a Alemania y Francia. Días antes ambos gobiernos habían celebrado eufóricos la reafirmación de su liderazgo continental en base a la adopción de una supuesta posición común ante el conflicto iraquí. En un segundo insulto semántico, Rumsfeld vinculó la tierra de Goethe con la Isla de Fidel Castro y la Libia de Muammar al-Gaddafi. "¡Sacrilegio!", gritó el furioso coro wagneriano.

En el caso de Libia, actual presidente de la Comisión de Derechos Humanos en virtud de un formalismo reglamentario, se evidencia a las claras la inconsistencia del pacifismo radical. Sin duda, es más que grotesco que un representante de Gaddafi ocupe tal posición en la ONU. Pero a su manera es también un acontecimiento tristemente feliz que un país hasta hace poco convicto y confeso de un delito continuado de terrorismo internacional profese hoy otras ideas acerca de la convivencia entre las naciones. El milagro no se lo debemos al activismo de los pacifistas puros sino a la eficacia de las bombas teledirigidas de la USAF, único argumento capaz de hacer cambiar de actitud al contumaz sátrapa libio. Gracias al sorpresivo raid aéreo ordenado por Ronald Reagan en 1986 —en su momento censurado como un acto de soberbia imperial—, esos mismos campeones del pacifismo pueden volar en sus Jumbos hacia sus destinos turísticos sin temor a caer despedazados sobre los techos de alguna desgraciada Lockerbie o contonearse en sus discotecas berlinesas con la seguridad de que, al menos por lo que respecta a los agentes de Gaddafi, ya no hay nada que temer en materia de artefactos dinamiteros.

La airada reacción de todo el espectro político alemán tiene su filón positivo para el exilio político cubano: aunque de manera indirecta, nos enteramos de que la opinión pública alemana —incluida esa vociferante izquierda de aluvión integrada por los nostálgicos del PDS, los globalofóbicos y los ecologistas de Alianza 90/Los Verdes— considera casi un casus belli verbal ver a su país alineado junto con una deleznable tiranía caribeña que en otro contexto no se cansan de alabar. Si bien a su vez no hacen gala de moderación retórica cuando culpan a la CIA de ser la instigadora de los atentados del 11 de septiembre, pintan a Bush como un cowboy, equiparan Estados Unidos a la Alemania nazi, atribuyen a los norteamericanos una intención genocida en Irak, desechan los argumentos de Collin Powell y reducen todo el asunto al deseo imperialista de apoderarse de los campos petrolíferos mesopotámicos.

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