www.cubaencuentro.com Miércoles, 23 de julio de 2003

 
   
 
Vocación suicida
Más allá de la Ley de Ajuste, ni los fusilamientos han conseguido contener la huida de cubanos hacia Estados Unidos.
por ENRIQUE COLLAZO, Madrid
 

Una vez más se pone de manifiesto que la dictadura castrista miente compulsivamente, acerca de las causas que provocan que ciudadanos desesperados secuestren embarcaciones o aeronaves para tratar de alcanzar las costas de la Florida. El gobierno siempre alega que la atracción migratoria se debe a la vigencia de la Ley de Ajuste Cubano, la cual, desde 1966, ampara legalmente a los cubanos que arriban a territorio norteamericano. De acuerdo con el régimen, esta normativa genera per se un "efecto llamada" que convierte a los isleños en "presas fáciles de los cantos de sirena del imperio y de la mafia cubana de Miami".
Secuestro
Lancha Baraguá, secuestro del 2 de abril. Del intento... al paredón de fusilamiento.
Partiendo de este falso enunciado fue que Castro, con el fin expreso de evitar el destape de una estampida migratoria similar a la del año 1994, dispuso el súbito fusilamiento de tres cubanos que el pasado mes de abril secuestraron una embarcación con tal propósito.

Con esta inhumana y arbitraria decisión, el poder cubano pretendía dar un castigo "ejemplarizante" a potenciales secuestradores que a lo largo y ancho de la Isla intentaran hacer lo mismo, disuadiéndolos así de reincidir en tales actos; a la vez que evitaba con ello abrir una nueva crisis migratoria con la administración norteamericana. Sin embargo, los dos recientes secuestros de embarcaciones demuestran que ni siquiera la aplicación de la pena de muerte ha conseguido impedir que sigan ocurriendo incidentes de tal naturaleza y que continúe aumentando el número de víctimas. A partir de estos hechos, la opinión pública internacional se cuestionará cuán duras han de ser las penurias materiales, la falta de libertad y la absoluta carencia de un proyecto de futuro, para que los cubanos afronten el peligro de jugarse la vida en el estrecho de la Florida; así como que estén dispuestos a correr el riesgo de ser apresados por el gobierno de su propio país, el cual les hará pagar con la pena máxima la decisión de emigrar para ser libres.

La historia del pasado siglo demostró que los grandes movimientos migratorios de la humanidad han tenido como causa fundamental las guerras, las privaciones económicas y la represión política, y en muchos casos una mezcla balanceada de los dos últimos factores, variante que en el caso cubano se ajusta terriblemente a la realidad. Está claro que nadie emigra por placer; ningún ser humano en el mundo se somete con deleite a la experiencia de renunciar a residir en el país donde nació, incluso, de viajar normalmente a él. Se recordará que uno de los castigos favoritos del colonialismo español contra los separatistas cubanos fue el destierro. A la vez que quitaban de en medio a un enemigo político, tenían plena conciencia de los rigores a que sometían al condenado, obligado a soportar la penitencia de sobrevivir, alejado permanentemente de su entorno familiar y cultural originario. De modo que —independientemente de los efectos estimulantes que en este caso ejerce Estados Unidos como polo de atracción migratorio—, si en Cuba, como país emisor, no existiera una brutal dictadura totalitaria que impide tenazmente la reanimación del mercado interno, el estímulo a la libre contratación de los agentes económicos y la liberalización de los precios, la normativa norteamericana de los años sesenta no sería capaz de provocar la fatal atracción que el gobierno de La Habana se empeña en atribuirle.

Los ejemplos abundan. Mexicanos, haitianos, guatemaltecos, dominicanos, etc., saben que no disfrutan de ninguna prerrogativa legal cuando deciden cruzar la frontera con Estados Unidos, o cuando se lanzan al mar para alcanzar las costas de ese país. Es más, cuentan con que serán perseguidos y expulsados. Sin embargo, el éxodo de esos ciudadanos en busca de mejores condiciones de vida, lejos de disminuir, se incrementa, lo cual expresa —elocuentemente— que los factores de carácter endógeno son los principales agentes que provocan en los pueblos del entorno geográfico la difícil decisión de emigrar. Hay más: España, antes de 1975, era un típico país emisor de emigrantes hacia la Europa desarrollada, debido fundamentalmente a la represión política franquista y a las penosas condiciones en que se desenvolvía su economía. Hoy, por el contrario, se ha convertido en un país receptor de emigrantes, pues ha experimentado un fuerte crecimiento económico y una consolidación de las libertades públicas.

En Cuba, si se revisan las estadísticas de las salidas ilegales del país a lo largo de buena parte de los años ochenta (después de la estampida de El Mariel, en 1980), veremos que los cubanos que abandonaron el país en ese período no rebasan el centenar. ¿Por qué? Pues, porque el gobierno, a pesar de mantener su rigidez política, introdujo determinadas medidas liberalizadoras en la dirección del mercado, lo cual, unido a los generosos subsidios soviéticos, elevaron el bienestar material de la población en aquella década. Esos elementos contribuyen a explicar las razones por las cuales el cubano de esos años no se planteó emigrar hacia "el norte revuelto y brutal", a pesar de que siempre supo que no sería devuelto por las autoridades norteamericanas.

En nuestra memoria histórica guardamos los argumentos de Castro en los años sesenta "saliéndole al paso" a las acusaciones vertidas por Estados Unidos, acerca de que Cuba estaba exportando la revolución hacia América Latina. El gobernante contestaba que "las revoluciones no se exportan", que por el contrario eran las deplorables condiciones económicas y sociales en que se debatía la masiva población urbana y rural del subcontinente, oprimida en muchos casos por regímenes militares autoritarios, lo que servía de caldo de cultivo para el estallido revolucionario. Valdría la pena refrescarle la memoria al Comandante sobre la preponderancia que él mismo le adjudicaba a los factores endógenos como fuente principal de los diversos problemas que afectan a las sociedades latinoamericanas, así como la enorme responsabilidad que debería asumir como gobernante, cuando se trata de responder seriamente por el creciente malestar de una sociedad y la dolorosa vocación migratoria, virtualmente suicida, que tal angustia genera en sus componentes más jóvenes.

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