www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 2/3
 
Lo que le faltó a Carpentier
El autor de 'El reino de este mundo' no percibió las aberraciones de una Cuba congelada, víctima de una visión unipersonal de lo real maravilloso.
por GILBERTO CALDERóN ROMO, México D.F.
 

La imaginación del dirigente incursionaba en las más complicadas materias: una central electronuclear y una refinería de petróleo de tecnología rusa en Cienfuegos, ambas inconclusas; adoptó un método constructivo de paneles de hormigón procedente de Yugoslavia. Se llegó a decretar hasta la moda que los jóvenes deberían lucir.

Esa voluntad omnipotente, cual si perteneciera a un nuevo dios en el Caribe, está presente en todo. Tiende un cerco sanitario a fin de impedir el contacto de la población con los visitantes extranjeros, que pueden traer contagios tan nocivos como la música de Los Beatles, al tiempo que se traza la meta de corregir las desviaciones de homosexuales, religiosos o portadores de melenas largas, incompatibles con el hombre nuevo, puro, recto, disciplinado y obediente.

El trabajo duro y esclavo en los campos de concentración —las UMAP, donde estuvieron Pablo Milanés y Jaime Lucas Ortega y Alamino (actual arzobispo y cardenal de La Habana)— es el método para la reeducación, y la vigilancia de las mentes ha de resguardar la pureza de la música y la literatura. En casos extremos, persecución y cárcel: Reinaldo Arenas; la autoinculpación: Heberto Padilla; o el exilio: Guillermo Cabrera Infante.

El cerebro del Comandante es la mesa de diseño del país. A sus circunvoluciones deben ajustarse todos, como único medio de que se produzca el reino de la felicidad, tan bueno que hay que exportarlo, por medio de células guerrilleras, a naciones de África y América.

Moscú financia por treinta años el dispendio del carnaval revolucionario para terminar convertido en un villano que quiere que le paguen. El médico Ernesto Guevara contribuye a destruir la economía, y sale casi expulsado para caer sacrificado en Bolivia y convertirse —haciendo caso omiso de sus desacuerdos— en símbolo mundial de lo que la revolución no representa.

Lo real maravilloso en Cuba

Como en el Haití de la novela, en Cuba la revolución antibatistiana, que luchaba por el restablecimiento de la Constitución liberal de 1940, termina en una nueva dictadura, más profesional que la anterior, dependiente de las divisas extranjeras y con olas de prostitución semejantes o mayores a las que se dijo combatir.

El nuevo Henri Christophe, la aberración de la rebelión haitiana, toma sitio en la Mayor de las Antillas. Miles de descontentos —como nuevos cimarrones— desoyen el ejemplo de Ti Noel, y en vez de luchar en la Isla deciden fugarse hacia el palenque de Miami.

Este ejemplo inédito de lo real maravilloso parece surgir de una puja entre la voluntad persistente del líder y la más determinante e inasible realidad.

En la fantasía cubana la historia transcurre caprichosamente por senderos impensables, mientras se le intenta uncir la brida del dogmatismo. El discurso oficial de los años sesenta y setenta fue furiosamente antiimperialista. Ya en los ochenta, se desdobla en un cansino reproche a Estados Unidos, porque ha tenido la mala idea de imponer el bloqueo a los revolucionarios.

El bloqueo, y no el régimen, es el causante de todas las desgracias y derrotas, al grado que podría suponerse, por oposición, que sin él la revolución socialista habría cumplido todas sus metas de prosperidad y felicidad, y el hombre nuevo que prometió no sería el sometido actual, cuya única esperanza es fugarse del país.

Los antillanos liberados del autoritarismo de Batista entraron en una revolución cuyo triunfo les convertiría en "hombres nuevos"; en la actualidad, objetivamente, ganan un salario mísero incluso los profesionales, no pueden viajar al extranjero, se les prohíbe migrar internamente, no tienen autorización para comerciar ni siquiera lo que pescan, están impedidos de reunirse con su familia en el exterior, de escribir y publicar con libertad; tampoco tienen acceso a la radio y la televisión alternativas, ni a playas privadas, ni hospedarse en hoteles turísticos, y han de conformarse con una magra dieta. Si quieren probar los rones o los tabacos nacionales, deben pagar en dólares, que es la moneda más apetecida dentro de un nacionalismo oficial que tiene más agujeros que una red.

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