www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 3/3
 
Lo que le faltó a Carpentier
El autor de 'El reino de este mundo' no percibió las aberraciones de una Cuba congelada, víctima de una visión unipersonal de lo real maravilloso.
por GILBERTO CALDERóN ROMO, México D.F.
 

En una dialéctica perversa, totalmente carpenteriana, son los emigrados, los tránsfugas de la revolución —con 1.000 millones de dólares anuales de remesas— y los turistas extranjeros y cubanoamericanos —con otros 1.500 millones—, los que sustentan el débil aparato que se afinca en la improductividad y el desempleo. Pero como la culpa no es del socialismo, en esta distorsionada concepción de la historia corresponde al "enemigo imperialista" venir a salvar a la revolución que se le opuso y quitar el bloqueo para que todos los problemas se resuelvan.

El viaje de Castro a la semilla

Al iniciarse la década del noventa, y como consecuencia del derrumbe del campo socialista, Castro inicia el desmontaje parcial de las conquistas revolucionarias y da curso a su propio Viaje a la semilla, que lo conduce a la Nada, o a la casi nada, en la cual, sin embargo, ha trancado algunos frenos.

Retorna al turismo y a los dólares, florece el jineterismo y el mercado negro, y resurge el prestigio de las mercaderías norteamericanas y el anhelo por incorporarse a la verbalmente vituperada sociedad de consumo. En la televisión educativa se enseña inglés, y no ya el ruso. Se reivindica el culto a Martí, mientras se arrinconan los manuales de marxismo-leninismo y se vuelve a estudiar administración de empresas.

En la vuelta al pasado, desfallece la educación y la salud por falta de recursos, decae la libreta de abastecimiento, que cubre cada vez menos productos; y renace la santería y las prácticas esotéricas y religiosas.

Reabren, en tanto, caricaturas de lo que fueron en la era del capitalismo almacenes burgueses como La Época, Fin de Siglo y Harry's Brothers. En esta recurrencia mágica se aboga por la libertad de viajar a la Isla para los norteamericanos y se deposita en el flujo de dólares y euros toda perspectiva de bienaventuranza.

En el viaje recurrente al origen, el régimen vuelve a pasar por los fusilamientos y la persecución de disidentes, con la diferencia de que las víctimas no son ahora los esbirros de la dictadura batistiana, para los que se gritaba "¡Paredón!, ¡paredón!" en las primeras horas, sino gente que quiere que la revolución cumpla sus promesas iniciales de redención y libertad.

Este regreso se interrumpe en el reconocimiento de las garantías individuales, en auspiciar el retorno de los emigrados a su patria, así como en la autorización de la libertad de prensa y los modos políticos plurales. El régimen también se muestra reacio a insertarse en las prácticas modernas del mundo, en especial, al compromiso con los derechos humanos, y se impone un autobloqueo con las naciones europeas.

Con todo, Alejo Carpentier se quedó corto, porque en su obra, tan frondosa en imaginación y en recursos del lenguaje, tan pródiga en metáforas barrocas, abarcó el juego del tiempo en cuatro modalidades: la reseña de los tiempos histórico-sociales simultáneos que se dan en América Latina como en Los pasos perdidos, en la que un músico visita en un solo país distintos estadios sociales.

En Semejante a la noche, fragmenta literariamente la historia ubicando a un mismo héroe —un guerrero a punto de partir frente a las naves surtas en el puerto "...con sus quillas potentes, sus mástiles al descanso entre las bordas como la virilidad entre los muslos del varón..."— en distintas épocas, desde la guerra de Troya, hasta la era de los colonizadores franceses y españoles de América, y utiliza el recurso de recorrer en sentido contrario las manecillas del reloj, como ocurre en Viaje a la semilla.

Incursiona, además, con verdadera fortuna, en los senderos del tiempo circular o espiral en El camino de Santiago, relato en el que Juan de Amberes se deja embaucar en la Feria de Burgos para buscar fortuna en América. Al cabo, regresa defraudado para convertirse en el mismo embaucador que encuentra a otro ingenuo semejante a él, con quien emprende un viaje al nuevo continente.

Pero en este carrusel de juegos con el tiempo, hay algo en lo que Carpentier se ve superado con creces por la política de su país. Es una aportación que hace la revolución cubana a lo fantástico: la prolongación del tiempo en un asfixiante hoy que no termina, la pervivencia del agobio de la gente por más tiempo que el logrado por otras dictaduras.

Lo que le faltó imaginar al escritor es esta quinta dimensión del tiempo sin final o el tiempo congelado —cuando menos así se ha consagrado en la Constitución cubana—, omisión del recurso literario que subyace en la longevidad de la revolución castrista, y nos muestra un territorio de la fantasía, fruto de la terquedad del Fidel Castro que Carpentier no llegó a explorar. Aunque lo tuvo tan cerca, porque vivió dentro de esa esfera —murió en 1980, siendo embajador en Francia—, fue incapaz de percibirlo.

Quién sabe hasta cuándo seguirá en Cuba la era del tiempo detenido que no alcanzó a treparse en las páginas de Alejo Carpentier, pero que sigue allí con su opresión siniestra.

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