www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 3/3
 
El uranio que nunca existió
La credibilidad de Bush en entredicho: ¿la decisión de invadir Irak partió de informaciones erróneas o manipuladas?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

De acuerdo con The New Yorker, cuando se asignó a un experto en desarme para que informara a Bolton, éste mostró su disgusto a las pocas semanas "porque no estaba escuchando lo que él quería oír". Al poco tiempo el experto fue excluido de las reuniones. Es bueno recordar que ese mismo Bolton repite a cada rato que el régimen de Fidel Castro cuenta con un programa de Ingeniería Genética y Biotecnología en La Habana, que podría estar desarrollando investigaciones vinculadas, de algún modo, con el bioterrorismo. La acusación, hasta el momento, no parece estar bien fundamentada.

Esta tendencia a recibir información de inteligencia que sólo es analizada por sus subordinados de mayor confianza —los que indudablemente comparten o se inclinan ante los criterios de sus jefes— lleva a estas importantes figuras del gabinete a lanzar afirmaciones cuestionables, confiando siempre en que los ciudadanos tienen poca memoria y en el deterioro de la independencia de la prensa norteamericana tras los ataques terroristas.

El caso más evidente de información falsa es la conocida acusación de que Husein estuvo buscando o había adquirido cantidades significativas de uranio en Níger, en el África occidental.

En el otoño de 2001, poco después de los ataques del 11 de septiembre, llegó a la CIA un informe de los servicios de seguridad e inteligencia militar de Italia, en el que se afirmaba que un embajador iraquí  había gestionado la adquisición de material transformable en uranio enriquecido para uso bélico. El informe fue descartado por poco profesional y nada confiable por todos los expertos de inteligencia, pero aceptado como cierto por Cheney.

Fue este informe el que sirvió de base para las afirmaciones del premier británico Tony Blair, y luego de Bush, de que Irak continuaba con su intención de desarrollar bombas atómicas. Nunca se tomó en consideración la opinión contraria del embajador retirado Joseph Wilson —esposo de la agente descubierta posteriormente, luego que año y medio más tarde éste publicara un artículo al respecto—, que realizó una investigación en el terreno, por encargo de la CIA, para verificar la autenticidad de la información.

A comienzos de octubre de 2002, una periodista italiana, Elisabetta Burba, que trabaja en una publicación semanal del primer ministro Silvio Berlusconi, recibió un ofrecimiento de venta de información de un empresario que dijo tener documentos que demostraban la conexión de Husein con la búsqueda de uranio en África. La periodista se trasladó una semana después a Níger y comprobó que no había pruebas que sustentaran el informe. No se pagó al informante y no se publicó la historia. Pero una copia, enviada a sugerencia del director de la publicación a la embajada norteamericana para que fuera verificada, terminó en manos del presidente Bush, que incluyó el dato en su discurso del estado de la Unión.

Resulta inconcebible que el presidente de la nación más poderosa del planeta tomara como verídico un informe que una simple periodista encontró que era falso. Estos documentos son los que ahora se sospecha fueron elaborados por los espías retirados en busca de venganza.

En cualquier caso, la credibilidad presidencial ha quedado en entredicho y salvo un intercambio de culpabilidad entre el jefe de la CIA, George Tenet, y la asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, poco se ha hecho al respecto. Bush continúa disfrutando de una impunidad que le permite adaptar la realidad a sus deseos, sin tener que rendir cuentas. Cabe desear que la suerte siga sonriéndole. Porque su mala fortuna estaría ligada al destino de esta nación y del mundo, y la situación en Irak convertida en un callejón sin salida.

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