www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 2/2
 
Los Voluntarios
Desde la colonia hasta el castrismo, nunca hubo peor maldad ni ofensa mayor que la traición de los propios cubanos.
por NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles
 

Encontramos aquí una dualidad, un par de significados: apóstol y apóstata. El balcón martiano hace de La Habana teatro. Los improperios, el intercambio de insultos, parece reyerta teatral, escaramuza de salón, una producción con muchos extras: los pasos de ganso sobre el adoquín y el timbre musical del autor de Abdala retumban parejos en la caverna del foro. Multiplicados por cien, por cien mil, por un millón, los Voluntarios han ofrecido siempre resistencia a la causa de la libertad de Cuba.

El epíteto es de la mayor importancia etimológica: "voluntario". Vale decir, "por voluntad propia". Nadie lo obliga —o, quizás, está "obligado por las circunstancias"—. Lo "voluntario", en el trabajo o en la acción política, adquiere, en la Cuba de Castro, una significación idéntica a la que tuvo en tiempos de la colonia. Casi podría decirse que el término, y el sistema asociado al término, han sido reinventados, reimaginados y sutilmente reimplantados por el castrismo. El sistema de trabajo voluntario, como el sistema de milicias —es decir, de defensa voluntaria— hicieron su aparición en los albores de la dictadura. Todos fuimos, alguna vez, involuntariamente voluntarios, ¿a quién no le han gritado desde los balcones?

Otra característica definitoria de un "voluntario" es su confianza en que nadie logrará llevarlo nunca frente a la justicia. Al menos, esa es la lección que nos ofrece la Historia. Ocultos en el anonimato, disueltos en la masa amorfa de lo "voluntario" —cantidad sin límite y, paradójicamente, definida por lo "involuntario"—, los Voluntarios se amparan en la grisura de su condición y escapan, efectivamente, de la justicia. Incluso, las injusticias inflingidas a los héroes han sido fielmente registradas por la Historia —la mala paga que se ofreció al Ejército Libertador; el insulto de Shafter al general Calixto García—, pero no queda constancia alguna, ni análisis sobrio, de la afrenta que inflingieron al espíritu de la nación los Voluntarios.

Sin embargo, no hubo peor maldad, ni ofensa mayor, ni delito más odioso, que la traición de los propios cubanos. Los Voluntarios escaparon a la justicia "en masa", como conjunto. Pasaron inadvertidos —eran tantos que nadie podía ocuparse en perseguirlos, en contarlos, en llevarlos a los tribunales—.

Además, después de una guerra devastadora, se presentaba el problema acuciante de las reconciliaciones. El Voluntario contaba con ese "espíritu conciliador" del cubano, en particular, y del alma humana en general, para escapar del merecido castigo. Pocos, seguramente, tendrían la mala suerte de verse envueltos en un episodio juvenil, nada menos que con el Poeta nacional, y ser nombrados y desenmascarados —si bien, sólo en efigie— por la Historia. La inmensa mayoría pasó a las filas de "la sociedad civil", y esa "inmensa mayoría" constituye todavía la fibra de lo cubano.

Como en tiempos de la colonia, también hoy estos Voluntarios defienden, involuntariamente, los intereses de la clase dominante, creyendo defender una idea, o un sistema: se trata, únicamente, de soldados defensores de la propiedad del Señor (y en el caso de la Cuba actual, de los hoteles españoles, de las casas de la dirigencia, de las zonas controladas, de los intereses del Capitán General). El Capitán General pone, entre su persona y las huestes crecientes de firmantes enemigos, un mar de Voluntarios: los hace desfilar, los arregla en filas, les pone banderitas en los puños cerrados. Mientras ellos existan, él estará a salvo.

El nuevo Proyecto Varela, como el proyecto original de 1823, pretende, en definitiva, "desvoluntarizar" la sociedad colonial; algo así como devolverle la "voluntad" a los Voluntarios. Una sociedad de "voluntarios" es como un regimiento de zombis, posesos que han perdido el ánima. Fue Novalis quien dijo que la locura comunitaria deja de ser locura para convertirse en magia. Provistos de ese preciado don, sabe Dios de lo que serán capaces. Por eso el objetivo de "revoluntarización" radical no debe perderse de vista nunca.

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