La comparación explícita entre represión colonial y castrista, hecha por Néstor Díaz de Villegas en Los voluntarios ha suscitado una acalorada polémica de la cual —cabe suponer— las cartas a Encuentro en la Red son la punta del iceberg. Con razón, porque de hecho se trata del to be or not to be, tanto del cubano de a pie como del "nomenclaturizado" a cualquier nivel de la jerarquía castrista; tanto del compatriota atrapado en su doble insularidad geográfica y política, como del emigrado que goza (en mayor o menor medida) de las ventajas de la sociedad de consumo.
Y aun de muchos exiliados, entendiendo por tales a aquellos que han abandonado la Isla por motivos políticos conscientes. La cuestión es tan existencial que hasta los intelectuales de la diáspora están separados en dos bandos: una minoría desafiante y una mayoría acomodaticia que pretende haber borrado de su agenda la cuestión nacional o adopta la postura redituable del francotirador que abre fuego a diestra y siniestra.
Frente al castrismo casi todos nos enfrentamos al dilema del príncipe danés Hamlet: Castro es el rey impostor Claudio (padrastro) que, al lavarse las manos por el presunto asesinato del rey y la usurpación del trono de Dinamarca (República) —desposándose con la reina viuda Gertrude, madre de Hamlet (patria)—, nos coloca instintivamente ante la disyuntiva de seguir la farsa o correr el riesgo de matar a la patria en el intento de deshacernos del patriarca.
A la manera del círculo trágico alrededor del general Arnaldo Ochoa, el príncipe danés se debate entre el sarcasmo y el miedo, entre el rencor hacia el rey y el amor a la reina, entre actuar y ser, o no actuar y no ser. De ahí que se exprese siempre en un lenguaje oblicuo, hable solo por los rincones, se haga el loco, intrigue con sus amigos…
Su doblez y suspicacia lo llevan a ultimar al intrigante chambelán Apolonio, su futuro suegro, causando por un lado la demencia y suicidio de la hija de éste, la dulce Ofelia, su amada, y granjeándose por el otro la hostilidad del hijo, su amigo y futuro cuñado Laertes (división familiar). Este último será el traidor, el voluntario azuzado por el monarca para deshacerse del recalcitrante príncipe. Sin embargo, la compulsión de Laertes apunta a la venganza de sangre. En el rol de voluntarios encajan mejor por su móvil clasista los dos asesinos de Macbeth, que a la pregunta de ese otro rey impostor se describen a sí mismos en los siguientes términos:
Asesino 2:
"Yo soy uno, mi señor/ a quien los viles golpes y/ embates del mundo/ han obstinado tanto que sería capaz/ de hacer cualquier cosa por agraviar al mundo".
Asesino 1:
"Y yo soy otro,/ tan harto de desastres y vapuleado por el destino/ que arriesgaría mi vida en cualquier lance/ con tal de enderezarla o librarme de ella".
Del autorretrato de ambos asesinos pueden extraerse tres impulsos discernibles: resentimiento clasista, predisposición al crimen como único medio de mejorar de condición y sometimiento incondicional al líder, expresado por el Asesino 1, quien jura a Macbeth: "Haremos lo que mande, mi señor".
Más adelante, en el mismo diálogo, Macbeth explica la necesidad de contratarlos: "…y aunque podría barrerlos de mi vista usando mi poder a cara descubierta…/ …no debo hacerlo/ por ciertos amigos que lo son a la vez suyos y míos". Para librarse de Banquo (y sus secuaces) sin perder la cara ante la opinión pública, recluta a la pareja de maleantes.
Salta a la vista que la función y el patrón de conducta de los asesinos es aplicable, por igual, a las turbas de Roma y a los voluntarios de la colonia española; a los camisas negras del Fascio italiano, las secciones de asalto (SA) de Röhm en Alemania, la "Porra" machadista, los chivatos batistianos, las Brigadas de Respuesta Rápida o los Círculos Bolivarianos de Hugo Chávez. |