www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de enero de 2004

 
  Parte 1/2
 
Fábrica de enfrentamientos
Desde Ford hasta Clinton, con Angola y el derribo de las avionetas como detonantes, todo proceso de negociación del embargo siempre fue frustrado por la propia mano del régimen.
por ENRIQUE COLLAZO, Madrid
 

La imagen histórica de la revolución cubana, o lo que queda de ella, se representa como el paradigma de un modelo de sociedad capaz de garantizar la independencia nacional frente a la hegemonía norteamericana, conjuntamente con el logro de una serie de conquistas sociales —fundamentalmente la educación y la salud gratuitas— de amplio contenido popular e igualitario y que representan hasta hoy el principal recurso de consenso político del castrismo.

Cartel
Confrontación con EE UU: ¿Nueva forma de dependencia?

A partir de la desaparición de sus aliados socialistas de Europa del Este y la profunda crisis sistémica del socialismo cubano, él mismo se vio obligado a modificar sus códigos ideológicos. En la última década, el desplazamiento retórico del marxismo-leninismo al nacionalismo revolucionario ha supuesto un cambio radical en el discurso del régimen, el cual asocia la revolución con la identidad nacional, así como con enunciados puramente patrióticos, resaltando los valores de la soberanía y la cohesión social.

De tal suerte, se ha abdicado por conveniencia de la antigua ideología oficial, sustentada en la doctrina del proletariado universal, para utilizar otra que responda mejor a la unidad cultural nacional.

Sin embargo, la realidad en la Cuba de hoy responde a una dinámica social donde se combinan la fuerte implantación de una pandilla de empresarios de toda laya con el sermón anticapitalista más rabioso. Semejante cantaleta va dirigida a preservar un mínimo de consenso en una población con un bajo nivel de información y de reflexión social, sometida desde hace varias décadas a fuertes restricciones del consumo y a una permanente y costosa movilización política —carente de sentido—, mediante la cual se intenta ocultar que ya el peor de los capitalismos forma parte de la vida cotidiana de los cubanos.

En el terreno económico, el poder, fiel a su inveterada táctica defensiva, sólo ha estado dispuesto a ceder ínfimos márgenes de maniobra allí donde no se lesione su capacidad de procurador monopolista a escala social y lo ha hecho, sobre todo, en las esferas donde tal cesión le proporciona los fondos suficientes para preservar y recomponer su capacidad para seguir gobernando.

La adopción de un esquema sumamente receloso de inserción de la economía doméstica en la economía internacional capitalista, mantiene en régimen de cautividad el mercado interno cubano, pues se persigue y se sanciona la iniciativa económica individual y cooperativa, lo cual ha impedido la reproducción de la relativa prosperidad material equitativa que existió hasta 1989.

De ahí que, a pesar del crecimiento económico alcanzado, al no producirse una real apertura del mercado en beneficio de los potenciales actores independientes dispuestos a operar en él, el país aún no haya igualado los indicadores macroeconómicos de aquel año y solamente la nueva clase empresarial, civil y militar haya sacado provecho de la apertura capitalista hacia el exterior.

Una vez más la dirigencia cubana pone de manifiesto que lo único importante para ella es la supervivencia del orden totalitario en el mayor tiempo posible, de ahí su absoluto desinterés en solucionar importantes conflictos y serios problemas que hoy aquejan a la sociedad. Pudo hacerlo en 1986, cuando en la clausura de una sesión de la Asamblea del Poder Popular Castro pronunció una frase tan cínica como infeliz. Aquella expresión, dirigida a su propio hermano y al pueblo entero sentenciaba: "Ahora sí vamos a construir el socialismo".

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