Los acontecimientos derivados de la guerra en Irak, particularmente después de la captura de Sadam Husein, están marcando la política internacional del año 2004, en un aparente repliegue del denominado como "eje del mal" por el presidente George Bush.

Caída de Husein: ¿El principio del fin de las dictaduras?

A ojos vista, la detención del ex dictador iraquí ha desencadenado —como derrumbe de un castillo de naipes— una serie de reacciones en su entorno geopolítico, lo cual ha hecho pensar a más de un político o analista que este podría ser un año "sin guerras", e incluso, de acercamiento de posturas entre Estados Unidos y algunos de sus más acérrimos enemigos.

Una situación así vendría como anillo al dedo a las aspiraciones electorales de Bush, quien en noviembre de este año se enfrentará al reto de la continuidad, luego de un largo período de inestabilidad económica y de opiniones enfrentadas en relación con la pertinencia o no de una contienda en Irak.

El anuncio del régimen de Libia de cancelar sus proyectos de producción de armas de exterminio masivo, iniciar conversaciones secretas con Israel, permitir las inspecciones sorpresivas de los organismos internacionales de energía nuclear y alcanzar un acuerdo para indemnizar a los familiares de las víctimas de los atentados contra aviones de Pan Am y Air France, han alcanzado grandes titulares en la prensa del mundo.

Visto así, es todo un acontecimiento histórico. El otrora terrorista mayor parece haber iniciado el camino para reinsertar a su país en la comunidad internacional, tras rectificar políticas anteriores. Una situación de este tipo, que sorprende cada día con nuevas decisiones de Trípoli hacia el "cambio", podría llevar a imaginar que un día el mundo despertará con la noticia de que el coronel Muammar el Gaddafi ha convocado elecciones libres en Libia.

Sin embargo, el panorama no es tan sencillo como parece.

En la misma línea de actuación de Gaddafi, el régimen de Corea del Norte, después de un extenso enfrentamiento verbal con Washington sobre la producción de armas nucleares, ha anunciado —de la noche a la mañana— que permitirá las inspecciones. La República Islámica de Irán, por su parte, ha rebajado el tono habitual de las acusaciones contra Estados Unidos. Incluso, por primera vez desde 1979, aceptó ayuda humanitaria norteamericana a raíz del terremoto que acabó con la vida de más de 30 mil personas en la ciudad de Bam.

Ciertamente, la captura de Sadam, además de servir como puntillazo electoral para Bush, se ha erigido en un toque de aviso fulminante para países y dictadores del llamado "eje del mal", aun cuando la posguerra iraquí todavía es un enigma.

Sin embargo, ninguna de las reacciones —a punta de pistola— de esos regímenes deben considerarse todavía como signos de tránsito hacia la democracia y el respeto a los derechos humanos.

Que Libia reconozca su responsabilidad en los derribos de los aviones ya mencionados, que desembolse miles de millones de dólares para la indemnización de las familias afectadas, o que permita la revisión sorpresiva de sus instalaciones tecnológicas y militares, nada representa para la normalización democrática de esa nación.