www.cubaencuentro.com Martes, 25 de mayo de 2004

 
  Parte 2/3
 
Todo por el dólar
¿Cuánto le importa la emigración al castrismo?
por ENRIQUE COLLAZO, Madrid
 

Desde 1959 el derecho y la voluntad migratoria del pueblo cubano han sido considerados motivos de descalificación y exclusión social, civil y laboral. Los emigrantes han sido víctimas de la confiscación de todas sus propiedades, del vituperio ofensivo y, en muchos casos, condenados a un destierro perpetuo. La política de estigmatizar a la emigración fue la tónica general asumida por el nuevo gobierno desde su acceso al poder, provocando un profundo cisma en la sociedad y la familia cubana, que sufrió la carencia de contactos fluidos durante muchos años.

La asunción de una identidad socialista excluyó de la nación y del ejercicio de su ciudadanía a los "apátridas" y "gusanos". La opción de emigrar, principalmente a Estados Unidos, ha descalificado a priori a la emigración, por ser ese el país enemigo jurado de la revolución. A partir de tal premisa, no sólo la oposición, sino también la emigración en su conjunto se ha asociado deliberadamente con ese enemigo, pretexto que le sirve al poder para adjudicarle calificativos tales como neoanexionista y neoplattista, privándola así de cualquier signo de identidad nacional.

Oportunismo y recaudación

Los acercamientos con el exilio de Miami, en 1978, y la aceptación de los viajes de la comunidad a partir de 1979, tuvieron un carácter oportunista y perseguían el objetivo expreso de recaudar divisas y de exhibir la "fortaleza" del régimen, firmeza que se vino abajo con la estampida migratoria del Mariel, en abril de 1980.

El levantamiento coyuntural de los enormes obstáculos para emigrar ha significado una válvula de escape para el régimen, particularmente en situaciones de crisis como durante el llamado Maleconazo, en agosto de 1994. Por el carácter ilegal de una parte de esa emigración y por la descalificación oficial que implica, la misma adopta en Cuba un comportamiento anómalo y se concentra en sectores sociales de gran importancia para cualquier sociedad, representando por ello una pérdida neta de los recursos humanos de la nación.

De acuerdo con Haroldo Dilla Alfonso (Cuba: la gobernabilidad en la transición incierta. Cuba: Sociedad, Cultura y Política en tiempos de Globalización. CEJA. Bogotá, 2003), entre 1990 y 1995 emigraron de Cuba unas 142.000 personas, el 75% de ellas hacia Estados Unidos. La mayor parte de estos emigrantes eran hombres en una edad en torno a los 30 años y habitantes de la ciudad de La Habana.

Para hacerlo se vieron forzados a pagar $150 por la legalización de la carta de invitación, enviada por algún familiar en el exterior; igualmente debieron pagar $150 por el permiso de salida y $50 por el pasaporte, sobre un salario promedio mensual que no rebasa los 225 pesos al mes; o sea, unos 9 dólares mensuales, partiendo de una tasa de cambio extraoficial de 25 pesos por un dólar.

El potencial migratorio expresado en las convocatorias que realiza la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba fue de 190.000 personas en 1994, 496.000 en 1996 y 732.000 en 1998. Todo ello sobre la base de aproximadamente un 25% de la población cubana actual, que rebasa ligeramente los 11 millones de habitantes.

La índole migratoria

A tenor de estos cambios, en abril de 1994 y noviembre de 1995, se efectuaron la primera y segunda conferencia La Nación y La Emigración. Las razones ocultas de las convocatorias a ambas reuniones, así como a la tercera, exige tener en cuenta la desesperada situación económica que afronta el país desde 1989 y la frustración y enajenación creciente de la población que ello trae aparejado, por lo cual se ha resquebrajado el principal recurso político de consenso.

Este nuevo escenario ha provocado la formulación de nuevas tácticas orientadas a la preservación del poder y al apuntalamiento de su ruinosa estructura económica. Sólo así se explica la aparente complacencia y predisposición al diálogo con determinados sectores del exilio. Una vez más el régimen vuelve a considerar a la emigración cubana no para que desempeñe el papel refundador que le correspondería en las transformaciones que se requieren, y que el propio poder bloquea, sino que la manipula con el fin de servir exclusivamente a los intereses de su supervivencia.

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