www.cubaencuentro.com Jueves, 08 de julio de 2004

 
  Parte 1/2
 
'¿No hay una excepción para los actores?'
De eso no se habla: La ineficacia de Ronald Reagan en la democratización de Cuba.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

"No en este caso".
(El Séptimo Sello, Ingmar Bergman)

El 20 de mayo de 1983, el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, afirmó: "Y algún día, Cuba también será libre". Veintiún años más tarde, los cubanos siguen aguardando ese día, que el ex mandatario norteamericano hizo poco por lograr.

Ronald Reagan
Reagan: ¿Y de los errores quién habla?

En medio de unas honras fúnebres exageradas en busca de dividendos políticos —no siempre un gobierno con los índices de popularidad en picada cuenta con la ventaja de un muerto ilustre—, en que la administración republicana aprovechó al máximo hasta la última lágrima, los exiliados cubanos no se quedaron cortos en elogios y agradecimientos.

Una muestra más de la inmadurez y complacencia de una comunidad que aún se inclina ante el juego de unos pocos aprovechados.

El ex presidente Reagan dominó, como pocos gobernantes, un medio tan voluble como la televisión. En el cine siempre fue un actor secundario —un Errol Flynn de las películas B, como él mismo se describió—, pero no ausente de méritos. Quienes en Europa y aquí lo atacaron por su historial cinematográfico —durante sus campañas electorales y al ser elegido presidente— cometieron un grave error. Fueron culpables de un crimen no político sino artístico: el desprecio cultural hacia el B y todo el cine norteamericano (él, por otra parte, recorrió el abecedario completo de Hollywood: de la A a la B y luego a la I, de informante durante el macartismo).

Reagan —¿el actor, el político? ¿no son uno los dos?— supo comunicar, con sencillez y engaño, la ideología y la moral simplista que imperó en el cine norteamericano de los años cuarenta. Una filosofía que no impedía hacer un buen cine, pero retrógrada desde el punto de vista social.

Regreso al pasado

En una época en que Estados Unidos lamentaba un retroceso en su hegemonía moral y política, propuso una solución fácil: dar la vuelta. Levantó el ego de la ciudadanía norteamericana a cambio de mirar hacia atrás. Su mejor película la hizo en Washington y pudo haberse titulado Regreso al pasado.

Una visión negativa que muchos aún apoyan. Desvió hacia abajo los reproches de la clase media y los trabajadores de esta nación. Los culpables del estancamiento social no eran las grandes corporaciones sino los pobres, quienes se beneficiaban de los programas de asistencia pública.

Limitó los problemas sociales al ámbito personal: el estancamiento nacional era consecuencia de los "vagos", incapaces de adaptarse a las exigencias del mercado. El gobierno no era el protector ante los abusos de los poderosos, sino un freno al desarrollo económico. La carga fiscal impedía el avance y el único sector gubernamental que merecía un crecimiento ilimitado era el armamentista. El resultado fue un déficit enorme que costó años superar, pero que hoy parece olvidado.

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